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Título: Bel Ami

Año 2012

Duración 103 min.

País U.K

Director Nick Ormerod, Declan Donnellan

Guión Rachel Bennette (Novela: Guy de Maupassant)

Música  Lakshman Joseph De Saram, Rachel Portman

Fotografía Stefano Falivene

Reparto Robert Pattinson, Christina Ricci, Uma Thurman, Kristin Scott Thomas, Colm Meaney

Productora Coproducción Reino Unido-Francia-Italia

Valoración 1

Basada en uno de los clásicos de la literatura francesa de la segunda mitad del siglo XIX, BEL AMI (1885), del imprescindible referente literario –y cinematográfico- Guy de Maupassant, la presente producción es la última de las muy distintas versiones que se han hecho sobre esta novela. En ella, el autor de "Bola de Sebo", pretendía reflejar el clima de corrupción mediática y política que campaba a sus anchas en el Paris de la época. Maupassant trazaba un agudo retrato sobre esa gangrena social que es la lucha de intereses de determinados estamentos  e instituciones sobre los que se sostiene el funcionamiento de las sociedades contemporáneas. La visionaria  prosa del francés dictamina un muy documentado pesimismo, puesto que el panorama global descrito no hace sino poner en evidencia la maraña de corruptelas y turbiedades que todos aquellos imponen en aras del perpetuamiento de su influencia.

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Para desgracia del autor galo, la presente adaptación se desentiende vergonzosamente de ese magma ponzoñoso que tan magistralmente inoculara el autor entre las líneas  de  su novela. La película inglesa firmada por Declan Donellan y Nick Omerod no es más que un vehículo hecho a la medida del flácido lucimiento del rostro cinematográfico más aclamado de nuestros días: esa confluencia de puntos suspensivos faciales llamada Robert Pattinson, el venerado careto romboidal-juanolero, que tanto furor jovezno convoca con colmillos impotentes en la boca.

El pobre mío tiene que interpretar a Georges Duroy, un exmilitar que, a su muy engreído pesar, vive de manera infame, degradada y amarga en los suburbios de la capital francesa. Un fortuito tropiezo con un antiguo colega de armas le permitirá la ocasión de ir trepando escalafones sociales, echando mano de su encanto masculino, de su desafiante inmoralidad y de su flagrante falta de escrúpulos. Duroy comienza a darse cuenta de su buen hacer en la trastienda dormitoria y conyugal de los despachos más influyentes de la capital. Es entonces cuando decide trepar hasta donde le exige su insaciable voracidad. 

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El problema principal del film es esta evidente dificultad: la de saber extraer, exhibir y analizar las múltiples esquinas de un personaje tan sabroso y afilado. Obvio resulta aseverar que la elección del actor principal, en esta ocasión, no ha resultado ni de lejos la más afortunada. Poner al principal intérprete de la saga AMANECER a lidiar con esta bestia envestidora y banderillada es como querer hacer croquetas de atún con un dvd de BUSCANDO A NEMO.  Al infame Pattinson lo mismo le da inmoralidad, que falta de escrúpulos, que chingoteo: él pone siempre su mismita carita de nabo cocido sin sal, ya esté cabreado, henchido de felicidad,  seduciendo, de merienda con té o en orgasmo. Lo suyo no es interpretar,  es sentirse col de Bruselas. Sólo sabe quitarse el corbatín y sonreír. Él, que debe pensar que esa pose risitas es la base de su encanto, siempre sonríe. Uno llega a pensar que, en vez de con pasta dentífrica, se limpia los dientes con el fijador que gastaba Loquillo cuando los Trogloditas. Le queda para ser actor lo mismo que a Yola Berrocal para ser virgen. 

Su perfecta técnica desinterpretativa además resulta que es contagiosa. Da pena ver involucradas allí a actrices de la talla de  Kristin Scott-Thomas, de  Christina Ricci y de UmaThurman, todas ellas encamándose con el hombre piedra angular. Especialmente digno de micción hasta la sala del cine al lado es un arrebato que le entra a ésta última: una apetencia  de mañana, sin desvestirse, un colócame por aquí el desayuno que tengo hambre temprana, que Robert Pattinson soluciona poniendo unas caras... un dolor... un padecimiento... que no sabe uno si la bragueta le está chafando bola, o que en lugar de meter, es él el metido.

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De todos modos, también hay que escribirlo, el trabajo de los dos realizadores en nada contribuye a que la función despegue del rancio  acartonamiento contra el que está sucumbida. BEL AMI es el típico ejercicio en el que se ha puesto más interés en las cortinas de los decorados que en la progresión dramática de los hechos. El gusto excesivo y unívoco por la ornamentación hace que los personajes no pasen de ser floreros del atrezzo elegido para la rimbombante y yerma ocasión. Aquí es decorativa hasta la propia dirección.

Causa estupor comprobar cómo está completamente desaprovechado el texto. Dados los tiempos que está corriendo no es de recibo dejar pasar la actualidad de un texto que, en su momento, fue de los primeros en alertar sobre la importancia de los medios de comunicación y su preponderante autoridad. El periodismo como cuarto poder y como vasallo de ocultas directrices todopoderosas.  El jugoso laberinto de abyecciones y tramas conspirativas que presta Maupaussant queda reducido, aquí, a superficial chismorroteo de opereta de cuarta categoría.  El lujo de decorados, vestuarios, peluquerías y estancias interiores es inversamente proporcional al abaratamiento, a la tóxica ligereza que padece la complejidad del original maltratada. Pese a la escenificación de numerosas traiciones, engaños, conveniencias y agravios en BEL AMÍ no brota un ápice de maldad, de ironía, de mordiente. Todo es fofo, pálido y amojamado.  La perversidad requiere alfileres y esto, empezando por el protagonista, no es más que un fideo de plastilina. 

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