Título original: The Post
Año: 2017
Duración: 116 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Steven Spielberg
Guion: Liz Hannah, Josh Singer
Música: John Williams
Fotografía: Janusz Kaminski
Reparto: Meryl Streep, Tom Hanks, Bruce Greenwood, Bob Odenkirk, Tracy Letts, Sarah Paulson, Matthew Rhys, Alison Brie, Carrie Coon, Jesse Plemons, Bradley Whitford, David Cross, Michael Stuhlbarg, Zack Woods, Pat Healy, Deirdre Lovejoy
Productora: Amblin Entertainment / DreamWorks SKG / Pascal Pictures / Participant Media. Distribuida por 20th Century-Fox Film Corporation
Nota: 8.6
Lo peor que le puede ocurrir a LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO es que se la sitúe a rebufo de SPOTLIGHT, la interesante obra de Todd Mcarthy, en la que también se incidía de forma detallada en la disección del mundo periodístico. Pese a esa evidente verosimilitud, las dos obras son agudamente disímiles. En SPOTLIGHT se ponía el acento en la historia de una crónica periodística, desde su gestación hasta la salida a la luz del artículo que servía de base central al argumento. McCarthy, de modo severamente analítico, acotaba su foco de atención de forma exclusiva en el entramado humano que volcaba su interés profesional en ese trabajo periodístico. Se trataba de una ardua observación de intramuros, esto es, de intromisión documentada en las entrañas de un oficio; de ahí su abigarrada naturaleza coral, su captación del elemento humano en tanto que parte de un engranaje colectivo.
No era baladí, por tanto, que el plano final tuviese lugar en la redacción dentro de la que habían acontecido la mayoría de las escenas del film: la reacción a la noticia concluía reflejada en el retorno a la habitualidad del grupo protagonista, no en las consecuencias humanas derivadas de ese hito reportero. Spielberg, evidentemente, a estas alturas de su fascinante trayectoria como cineasta, no necesita inmiscuirse en proyecto alguno que se justifique por el éxito de otro. Si en la última década del cine norteamericano hay un profesional que haya ido completamente al margen del dictado de la moda imperante del cine comercial, formando parte voluntaria y fundamental de él, ése es el autor de SALVAR AL SOLDADO RYAN.
Su personal adscripción al canon clasicista ha deparado títulos tan lúcida y densamente ariscos como LINCOLN y EL PUENTE DE LOS ESPÍAS, en los que, además, casi al modo en el que lo viene haciendo el maestro Eastwood, ha demostrado un agudo, nada acomodaticio interés por el hecho histórico capturado como material cinematográfico. LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO viene a ampliar de modo agilísimo, emocionante y actualizado ese fecundo afán historicista. Y lo hace, a diferencia de SPOTLIGHT, con la intencionalidad de dirimir una cruenta reflexión sobre el periodismo y su sempiterna batalla contra las trabas del poder establecido. La intencionalidad del último film del creador de TIBURÓN no se circunscribe a la crónica intrínsecamente profesional que, mediante minuciosa laboriosidad, vertebraba el posicionamiento examinador del film de McArthy. El reto de Spielberg se distancia de esta premisa alejando su disertación de ese firme/único circunscribirse a la fidedigna descripción de la profesión periodística, al apurar con preclara solvencia una tan poliédrica como sentida y rabiosamente actual diatriba sobre la necesidad de un cuarto poder libre de la censura, la manipulación y el capricho estamental.
Los hechos, de sobra conocidos, abordados en el film se circunscriben a los agrios, inciertos días que, durante 1971, acontecieron en la redacción y en los despachos del prestigioso rotativo The Washington Post, tras tomar el director, Ben Bradlee, la decisión de publicar unos archivos ocultados por el Pentágono durante largo tiempo, en los que quedaba demostrada la falsedad persistente de la postura oficial mantenida por el gobierno norteamericano desde los años de Lyndon B. Johnson sobre el desarrollo del conflicto bélico que mantenían las tropas estadounidenses en Vietnam. El magnífico guión que sirve de base a la postulación de Spielberg arranca precisamente allí, haciendo seguimiento a un observador estatal que es testigo de la carnicería ocultada por el Gobierno, y concluye con la resolución judicial planteada al conflicto surgido después de que la propietaria del periódico, Katherine Graham, diera su beneplácito a los planes de Bradlee.
El material escrito de partida por Liz Hannah y Josh Singer tiene el acierto de no circunscribirse a la investigación y a las tretas organizadas por aquel para lograr el ansiado artículo, sino que, hábil y fecundamente, se abre a la lucha particular que Graham tuvo que solventar en dos frentes bien distintos: las presiones, por un lado, susurradas desde las altas instancias del poder gubernamental, por otro, espetadas frontalmente dentro de su empresa por los directivos que se oponían a la publicación del texto, en primer lugar, por las fatales consecuencias derivadas de la mala reacción de la Casablanca y sus posibles –seguras- represalias económicas, y, en segundo lugar, por las dudas que tanto su autoridad como su capacidad profesional (Graham había accedido al cargo tras el fallecimiento de su esposo) generaba entre ellos. Spielberg administra con una fluidez y una efectividad admirables los distintos frentes narrativos impuestos por el guión, armonizando con frenesí siempre cabal y preciso ese abigarrada espesura de apremios sobre la que aquel traza su tan ensañada como idealista ruta de esclarecimientos.
El film nos depara un Spielberg minuciosamente disfrutador, alejado de sus exitosas veleidades espectaculares, tozudo y hábil en el empeño de corte artesanal y directo que le presta la oportunidad de un producto de estas características. La película no esconde jamás (al contrario, potencia con borde desprejuicio) su noble condición de pequeñez experta, de ejercicio veteranamente disfrutado. Además, causa asombro, por qué no decirlo, la hosca, nada almibarada, cínica carga reflexivamente crítica desde la que está gobernada toda la puesta en escena. Evidentemente, no podemos catalogar a LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO como un film de marcada naturaleza política, pero, de alguna manera, si tolera con complicidad que se la pueda juzgar como un honesto ejercicio vindicador del thriller periodístico de los años setenta, al que perteneció, claro está, la famosa TODOS LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE, de Alan J. Pakula. A ese patrón cabe adjudicarle el perfil sabueso, bregador, astuto y vocacionalmente profesional con el que está definido tanto el carácter como la trama investigativa adjudicados al personaje incorporado con irónica y terca lucidez por un espléndido Tom Hanks.
Sin embargo, Spielberg se distancia de toda esa corriente de reconocibles films acorralando, mimando, deparando una prolija y sensibilísima atención a la gran hallazgo de LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO: el personaje de la editora Katherine Graham, un personaje fecundamente acumulado de urgencias, menoscabos, vacilaciones, inseguridades y elegantes firmezas emotivas. Gracias a él, a la extrema sutileza incómoda y hostigante con la que está capturado, la película enarbola una potente meditación en torno a las dificultades de ser mujer en el empeño de acreditar e imponer valía en un universo abusivamente ocupado por hombres. Meryl Streep, haciendo un mayúsculo alarde de infligida y cortés precisión gestual, hace de esta perpleja, asediada y bienhechora caperucita entre lobos resabiados una creación simplemente descomunal, colmándola de vidriosa delicadeza, impecable astucia, justificable temor, perspicaz cortesía e inexorable consciencia de su heredada voluntad. Su trabajo se suma al prolijo listado de excelencias de un soberbio film que Spielberg cuadra sin inmutarse. Es lo que tiene saberse las reglas de un oficio. El de cineasta tiene los mismos secretos para él que el de un huevo frito para un tres estrellas Michelin.