Título original: Captive (Captured)
Año: 2012
Duración: 120 min.
País: Francia
Director: Brillante Mendoza
Guión: Brillante Mendoza, Boots Agbayani Pastor
Música: Teresa Barrozo
Reparto: Isabelle Huppert, Maria Isabel Lopez, Mercedes Cabral, Joel Torre, Sid Lucero, Raymond Bagatsing
Productora: Coproducción Francia-Filipinas-Alemania-Reino Unido; Swift Productions
Nota: 6.9
El cineasta filipino Brillante Mendoza es uno de los nombres propios que se disputa cualquier certamen cinematográfico de altura, uno de esos autores asiáticos a los que la crítica internacional especializada encumbró durante la pasada década gracias a la novedad de su forma singularísima con la que daba cuenta de un confín al que el espectador no está demasiado acostumbrado: una mirada cruda, detenida, de hechuras documentales, que en su dilatación evita cualquier asomo de exotismo superficial o de acercamiento turístico convencional. Films como FOSTER CHILD, SERBIS y, sobre todo, KINATAY, avalan esta mirada tan discutible como personal.
Abonado, fijo, por lo tanto, a la mayoría de las citas cinematográficas más importantes del año, en 2012 el filipino participaba por primera vez en la Berlinale. Lo hacía avalado por la convocatoria mediática que su actriz protagonista (la francesa Isabelle Huppert) siempre despierta, mucho más en esta ocasión por cuanto en la filmografía de Mendoza no había aparecido un nombre tan importante como el de la incombustible intérprete gala. CAUTIVA llegaba con la vitola de convertirse en uno de los puntos álgidos del certamen germano. No defraudó, pero no cumplió con las grandes expectativas generadas.
En su primera participación en la Berlinale, el autor de LOLA deparó quizás, la obra un arriesgado film dramático, que, basado en unos consternantes hechos reales, da cuenta del secuestro de unos turistas extranjeros en un resort de la costa filipina, a manos de un grupo de integristas asiáticos musulmanes.
El realizador no tarda mucho en poner al espectador en situación: en la misma escena de apertura ya asistimos a los prolegómenos del asalto, mientras una mujer de mediana edad y una anciana llegan en barca hasta la playa del recinto hotelero. Instantes después, los terroristas comienzan su asalto. Mendoza brinda una excelente escena de apertura, en la que se capta con todo realismo la tensión terrorífica que se apodera de las personas aprehendidas. La capacidad para la apariencia real acreditada por el director distancia al hecho narrado de los modos convencionales de exhibir este tipo de acciones.
Semejante punto de partida escénico no va a ser abandonado en ningún momento: el film es un severo prodigio de captación ambiental. Cada uno de los espacios transitados por el periplo que va a iniciar el grupo protagonista de la historia (secuestradores y secuestrados) va a estar recogido con un grado de verismo que causa una penetrante angustia en el espectador. La sapiencia observadora de Mendoza se pone al servicio de la angustia colectiva y de la aprehensión del espacio incómodo, caluroso, espeso, amenazante del ámbito selvático en el que tienen lugar la mayoría de los hechos.
CAUTIVA se centra en la convivencia que los dos colectivos antagónicos (quienes ordenan y poseen las armas, y quienes acatan obligados ese escarnio) mantendrán mientras dura el cruento itinerario, primero por mar, luego por tierra, a través de, como ha quedado referido, un siempre coaccionador, inhóspito, tupido confín geográfico. Mendoza no manifiesta ni un solo atisbo de conmiseración a su posicionamiento con la cámara. El reportaje periodístico de la peripecia da paso a una mirada aviesamente notarial.
Aquella es testigo, en todo momento, de la barbarie inhumana que demuestran los terroristas: un grupo de fanáticos religiosos, que sólo actúa movido por el dinero del rescate de cada uno de sus cautivos: el que paga se va; el que no, se queda sufriendo ese deambular desasistido, peligroso e incierto. CAUTIVA supura sinrazón, pánico, incertidumbre, caos, desesperanza, impiedad, resignación, impiedad, fiereza animal y animalidad humana.
Sin embargo, un palmario exceso de metraje impide que estemos hablando de una obra notable. La radiografía de este grupo de seres sometidos al espanto de saberse moneda de cambio abatible en cualquier momento es muy atractiva, pero peca de ardua, de exceso de tiempos muertos. Brillante Mendoza vuelve a ofrecernos un furibundo certificado de cómo se cuece la vida en los lares donde la violencia es norma, mandato y ley. Eso es indudable, pero una poda a su atractivo alegato hubiera dejado ver la eficacia de su bosque con muchísima mayor nitidez.