Título original: August: Osage County
Año: 2013
Duración: 121 min.
País: Estados Unidos
Director: John Wells
Guión: Tracy Letts (Obra: Tracy Letts)
Música: Gustavo Santaolalla
Fotografía: Adriano Goldman
Reparto: Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor, Chris Cooper, Abigail Breslin, Benedict Cumberbatch, Juliette Lewis, Margo Martindale, Dermot Mulroney, Sam Shepard, Misty Upham, Julianne Nicholson
Productora: Jean Doumanian Productions / The Weinstein Company
Nota: 0
Basada en una exitosa obra de teatro escrita por Tracy Letts, la adaptación cinematográfica homónima llevada a cabo por John Wells cumple a rajatabla todos y cada uno de los mandamientos de lo que cabría aplicarle a lo que jamás debiere ocurrir cuando se parte de semejante trasvase de encauzamientos artísticos. Siempre se ha sabido que el texto teatral es un terreno trufado de problemáticas de partida para un hecho fílmico. Pero es que este hombre parece que ha hecho su labor con el manual de arranque de la chatarra automática del desguace en donde descansan los restos de “El Coche Fantástico”.
El autor de THE COMPANY MEN hace un gran favor a aquel que se disponga en un futuro a acometer dicha tarea: tras el visionando esta execrable AGOSTO sabrá con justeza el procedimiento a evitar. Vamos a ver, esto es como quien quiera dedicarse a la milimétrica disciplina acuática de los saltos de piscina: que, como manual de nula emulación, debiera comprarse el historial saltimbanqui de Falete o, en su defecto, hacerse con una futura edición en dvd de los reales tropiezos de nuestro monarca cuando tenía la cadera vieja.
La catástrofe viene a narrar la reunión que, tras el suicidio del patriarca, una familia estadounidense lleva a cabo nada más concluir el sepelio de éste. El encuentro tiene durante los tórridos días del mes de verano que da nombre a la función. La casa familiar está sita en Pawhuska, una pequeña población agrícola, sita en el condado de Osage (Oklahoma). Hasta ella acuden las tres hijas del finado. Allí se producirá el reencuentro con su madre, una mujer de carácter agrio, que padece un cáncer, y que tiene graves problemas de adicción a determinados fármacos. Dos de las hijas hace mucho tiempo que no acuden a verla. La reunión tardará bien poco en convertirse en un terreno abonado para la frontal revelación de viejas e imperdonadas rencillas.
La adaptación cinematográfica de Wells, basada, todo hay que decirlo, en un guión escrito por el propio autor de la pieza dramática original, fundamentalmente fenece por dos causas: por la supina incapacidad del director en tratar de buscar la verosimilitud fílmica del material escrito que se le dispone y por el irritante abandono a la desmesura y al exceso de meollos argumentales convocados. Digamos que Wells ha querido hacer una tortilla de patata y ha comprado huevos, patatas… y berenjenas, alcachofas, puerros, nabos, chirivías, cola-cao, rabo de toro, anacardos y olivas negras. Pues que la tortilla de patata, antes de mutar en tortilla supermercada, ha sacado la bandera roja de Los Vigilantes de la Playa.
AGOSTO depara un morrocotudo festival de tropelías argumentales y escénicas: la superabundancia de asuntos a tratar constriñe la verosimilitud de las reacciones de los personajes. Si hacemos un somero repaso de los ingredientes convocados, rápidamente se podrá comprobar que la suma de semejantes voltajes era asaz peligrosa e inflamable: muerte de ser querido, cáncer, adicciones varias, choque de caracteres materno-filiales, desavenencias amorosas, fracasos sentimentales, influencias educativas, resentimientos pasados, infidelidades secretas… un cúmulo de lugares comunes al que se opta por intentar desentumecer de ese abono a lo trillado mediando una postiza exageración de revelaciones que, en el último tercio de la función, alcanza cotas bochornosamente desaforadas. Digámoslo claro, las desavenencias de la familia de Isabel Pantoja tras el preñe de la niña y el raje twitero del chache DJ, comparadas con éstas, son los problemas de Bob Esponja para beber agua.
A todo ello se le une la táctica privilegiada por el realizador para acometer el encuadre de esa sarta de ferocidades propasadas a granel: la desaparición total, el nulo intento por otorgarle a la cámara un papel protagónico, estructurante u acotador de verborrea expresada taquicárdicamente. Comparar la labor de Wells con lo hecho por Richard Brooks , Joseph L. Mankiewicz, Elia Kazan o John Houston con los textos prestados por el inigualable Tennessee Williams es establecer un esfuerzo comparativo entre el Nacimiento de Venus, de Botticelli y el último vídeoclip de Mario Vaquerizo, esa Venus nacida para ser Nancy. La puesta en escena es lacia, pacata, perezosa e impersonal: la tensión pretendida no supera jamás su plastificada condición de patetismo impostado. La cámara, para más inri, sólo obedece a un imperativo: el lucimiento unipersonal de ese tsunami del gesto llamado Meryl Streep.
La interpretación de la laureada actriz podría permitir al espectador acudir a un juzgado de guardia. Egocéntrica, desatada, abusona, retorcida, inmodesta, fatua y exhibicionista hasta el ridículo espectadoricida, la Streep brinda un inhumano festival de egoísmo interpretativo pocas veces visto. A su lado Jim Carey, Robert de Niro, Al Pacino y Robin Williams son arreglo congelado de ensaladilla rusa, esto es, los tutores de Ben Affleck y su monogesto mayonesa. No sabemos si da la réplica a sus compañeros o los pasea por el corredor de la muerte.
Sólo le falta interpretar a la mecedora. Dan ganas de desearle que interprete La Biblia ella sola en el Estadio de Wembley haciendo de Dios, de Hijo, de Espíritu Santo, de Caín, de Abel, de ñu en el arca de Noé, de cabeza cortada de San Juan Bautista, de pesebre del Belén y de chulo de María Magdalena. No para de gestualizar ni cuando sale de plano ni cuando el plano osa salirse de ella hacia una Julia Roberts que queda convertida en galleta ajusticiada por las fauces de Triki. Casi comprendemos la parálisis de la cámara y el suicido del marido. Contemplarle el desmadre politoxicómano y frenopático es desearse a las venas sentencia de harakiri. Por favor, cuando la vuelvan a precisar delante de una cámara, o bien me la sacan con máscara de fuerza, o bien me la maquillan con cemento de Margaret Astor.