Título original: The Congress
Año: 2013
Duración: 120 min.
País: Israel
Director: Ari Folman
Guión: Ari Folman (Novela: Stanislaw Lem)
Música: Max Richter
Fotografía: Michal Englert
Reparto: Robin Wright Penn, Harvey Keitel, Danny Huston, Paul Giamatti, Frances Fisher, Kodi Smit-McPhee, Michael Landes, Sami Gayle, Matthew Wolf, Jon Hamm, Michael Stahl-David
Productora: Liverpool, Paul Thiltges Distributions
Nota: 7
Frente a una propuesta de la naturaleza de la de EL CONGRESO lo primero que cabe reconocerle es el arrojo de su intención y de su planteamiento. Podremos intentar catalogarla de muchas maneras, pero nadie podrá acusar a su creador de timorato adaptador literario. Quizás lo más positivo de su resultado final sea el trabajo que tanto en guión como en puesta en escena el israelí Ari Folman ha consumado para tratar de que la sorpresa de las importantes variaciones aportadas abundara en la pertinencia fidedigna que, en esencia, hay que requerirle a toda adaptación audiovisual de un material escrito.
EL CONGRESO se postula como un intento poco conformista de aproximarse a una de las obras escritas por uno de los indiscutibles puntales de la ciencia ficción del siglo XX: el polaco Stanislaw Lem. Del autor de SOLARIS, sin duda un literato de dificilísima conciliación con el trasvase de medio artístico, Folman ha elegido CONGRESO DE FUTUROLOGÍA para continuar con una trayectoria cinematográfica que en su anterior VALS CON BASHIR logró un merecido reconocimiento crítico: la intensa radiografía de un tormento personal llevada a cabo mediante un efectivo artefacto escénico, pergeñado con una osada simbiosis documental, ficticia y animada daba muestras de la insólita capacidad para la mixtura formal del realizador.
Esa misma afirmación o necesidad de mixtura formal vuelve a sacudir la esencia de su nueva obra. EL CONGRESO deviene un ejercicio de radical concepción intencional, en el que ese gusto del israelí por la yuxtaposición de recursos escénicos bien disímiles entre sí –la mezcla de imágenes rodadas con actores de carne y hueso, junto con otras de animación entre las que se incluyen las animaciones de algunos de éstos- se antoja indispensable instrumental para concretar con garantías la complejidad de índole ensayística y filosófica subyaciente en el texto del literato polaco. La desprejuiciada libertad creativa de Folman, a priori, se antoja territorio abonado para que Lem no salga irreconocible y damnificado en el arduo empeño. De hecho, los resultados finales así lo corroboran.
La adaptación impelida por Folman muestra rápidamente unos cambios tan severos como jugosos con respecto a CONGRESO DE FUTUROLOGÍA. Ijon Tichy, el memorable viajero de los tiempos protagonista de varios relatos de Lem, sufre la sorprendente transformación de convertirse en la actriz Robin Wright. La narración cinematográfica absorbe la presencia y la biografía real de la actriz para involucrarla en una serie de sorprendentes peripecias ficticias. La acción se traslada al futuro. La actriz pasa por un lastimoso bache profesional. Vive apartada con sus dos hijos en un paraje desértico junto a un aeropuerto. El más pequeño de sus dos vástagos sufre una rara enfermedad degenerativa. De pronto, por medio de su viejo agente personal, le llega una extraña oferta profesional: un productor de cine le propone que le venda los derechos de su identidad cinematográfica durante veinte años, tras ser escaneada digitalmente por un programa informático que se apropiará de todos sus gestos y de su eterna juventud, de tal forma que la productora podrá utilizarla para siempre en cualquier film sin que ella pueda impedirlo y comprometiéndose a retirarse de la profesión y de la vida pública a cambio. La necesidad económica la obliga a aceptar que su imagen pública sea siempre ya la del rostro que protagonizó LA PRINCESA PROMETIDA (maravilloso el momento en el que la actriz se enfrenta a la cartelera de ese inolvidable film).
El arranque del film es soberbio. Folman impone una mirada austera, gélidamente incisiva a la problemática de la actriz. Las imágenes que describen la soledad y el apartamiento en su hogar, el carácter y el comportamiento de su hijo menor y el modo en el que ella lo protege contrastan frontalmente con las que encuadran su encuentro con el productor que le propone la compra de su vida y su futuro profesionales. El hálito sugestivamente enfermizo-lírico de las primeras se da de bruces con la impía frialdad contemplativa con la que están despachados los crueles parlamentos del personaje interpretado por Danny Houston.
Este primer tercio concluye con la, sin duda, mejor secuencia del film: el momento en el que para facilitarle el trago de la digitalización y la venta de su existencia, su productor le confiesa la importancia que ella ha tenido para él desde el momento en el que la conoció. Folman logra capturar un insólito dramatismo, resultante de la sugestiva confluencia habida entre las palabras pronunciadas por Harvey Keitel, el rostro arrollado de emociones y el cuerpo estático, estilizado de la actriz encerrado en la jaula escáner y la mirada paciente, ordenante y ajena al drama personal de los otros dos que dirime el técnico que controla todo el proceso. La reflexión en torno a lo que el futuro va a deparar al arte cinematográfico es sencillamente brutal, terrorífica: el gesto de los actores convertido en catálogo de opciones acumulado en un programa informático para uso y disfrute de productores sin escrúpulos, ajenos a la pureza creativa del medio (el recuerdo de HOLLY MOTORS es inevitable).
La sorpresa principal del film viene dada por la irrupción de un gran segmento central resuelto formalmente, como ya hiciere en VALS CON BASHIR, mediante la utilización de imágenes animadas. Sin embargo, no es este recurso el que origina el auténtico pasmo narrativo, sino la inesperada ruptura narrativa que se establece con respecto a lo contemplado hasta ese momento. La acción se traslada veinte años más adelante cuando el contrato ha expirado y la actriz aparece montada en un lujoso automóvil con la intención de consumir un fármaco que la trasladará hasta un colorista universo ficticio en el que deberá de vérselas con varios traumas personales irresueltos.
Pese a que este magno viraje de expectativas no resulta en modo alguno caprichosamente gratuito (hay una válida interrelación entre esa imagen cinematográfica que permite la vida profesional de un actor y el universo irreal al que acude el personaje), digamos que el principal pero que se le puede adjuntar a EL CONGRESO es el desequilibrio resultante de abandonar la soberbia línea narrativa planteada en el primer tercio. El etéreo dramatismo, la incomodidad extrañante, la fuga poético-futurista hábilmente alcanzados no hayan parangón en el riesgo que supone el salto narrativo propuesto. Da la impresión que el film funciona muy bien a nivel de estructura y de planteamiento teóricos de partida, pero no tanto en su concreción. La fractura tambalea durante demasiado tiempo la atención del espectador. Afortunadamente, el desenlace del film vuelve a estar a la altura de este irregular y siempre subyugante ejercicio de radical funambulismo cinematográfico.