La Niebla La Doncella 1

Título original:  La niebla y la doncella

Año: 2017

Duración: 104 min.

País: España

Director: Andrés M. Koppel

Guion:  Andrés M. Koppel (Novela: Lorenzo Silva)

Fotografía:  Álvaro Gutiérrez

Reparto:  Quim Gutiérrez, Verónica Echegui, Aura Garrido, Roberto Álamo, Marian Álvarez, Paola Bontempi, Sanny van Heteren, Isak Férriz, Cristóbal Pinto, Santi López, Quique Medina, Beneharo Hernández, Jorge Kent, Elena Di Felice Benito, Fernando Navas, Adrián Galván

Productora:  Atresmedia Cine / Hernández y Fernández PC / Tornasol Films

Nota: 0

No hay peor enemigo para el misterio que la rutina de su construcción. Un enigma bien emplazado es aquel que evita en todo momento esa frustrante gravedad que es la prudencia entendida como felpudo de nitideces exhaustas de mesura. No hay suspense sin arrojo, ni enigma sin prolífera opacidad. LA NIEBLA Y LA DONCELLA, por desgracia, viene a reivindicarse como el cúmulo de rémoras que cercenan la posibilidad de la película que ansía ser. Andrés M. Koppel, su guionista y director, no exhibe en ningún momento las garantías necesarias para encauzarla hacia un destino que, en sus manos, queda convertido en callejón con la salida convertida en tiro por culata.

Basada en una novela de Lorenzo Silva, LA NIEBLA Y LA DONCELLA viene a confirmar lo cuesta arriba que se le hace al cine español dirimir una traslación mínimamente respetable de las andanzas de los dos personajes más famosos salidos de la policiaca imaginación del exitoso escritor madrileño: el sargento Bevilaqua y la cabo Chamorro, a quienes sus no pocos seguidores han disfrutado en casi una decena de novelas. Escrita en 2002, LA NIEBLA Y LA DONCELLA viene a situarse cronológicamente tras la que, quizás, sea su cita más famosa, EL ALQUIMISTA IMPACIENTE; con ella, Silva se alzó con el Premio Nadal en el año 2000. De esta última, existe una nada remarcable adaptación dirigida por Patricia Ferreira, que venía a reincidir en los laxos males endémicos del género policiaco patrio.

Para este reencuentro con sus dos famosos personajes, en la novela, Silva maquinó una trama que los trasladaba a la isla de La Gomera. Quizás el máximo logro del film sea respetar esa decisión, pues el único elemento desestabilizador que logra ser capturado con cierta entereza es la sorpresa de utilizar, en calidad de ámbito espacial dentro del que situar la urdimbre argumental, un emplazamiento geográfico tan exótico y caro de ver como el insular al que somos convocados. La primera secuencia del film nos presenta una persecución policial. A continuación, vemos como en un recóndito pasaje forestal es descubierto el cadáver del conductor del automóvil perseguido. El meollo narrativo principal del film trascurrirá tres años después de este hecho. Bevilaqua y Chamorro acuden a La Gomera, donde, de la mano de una de las agentes implicadas en aquel, deberán iniciar la investigación originada por la reapertura del caso. Éste se había cerrado con la exculpación de todos los cargos del principal sospechoso: una alta figura política local, cuya hija menor era la amante del asesinado.

Tal y como ha quedado escrito al principio del presente escrito, el principal obstáculo contra el que se enfrenta esta fallidísima obra es la nula capacidad del director para hacer frente ante un material escrito para la ocasión, seamos muy claros, al que cabe calificar como de altamente proclive al descalabro. Quien esto escribe debe confesar que desconoce el original literario, pero el guión escrito por el propio realizador no amaga jamás con deparar un atisbo de la complejidad, el magma perturbador y el universo enlodazado que requiere un producto de este tipo. Todo en LA NIEBLA Y LA DONCELLA es dolosamente nítido, raso y sereno. La confusión entre control de acaeceres y asepsia congelante es un puro clamor de desesperanza. De tanta pulcritud, la tensión se instala en grado cero.

 El film tiene hechuras de episodio piloto de serial televisivo hispano, de ahí que sólo parezca preocupado por la límpida narración de los hechos, sin preocuparse jamás, por ejemplo, de otorgar hondura a sus personajes. Todos ellos (en especial quienes se suponen los llamados a comandar el presunto enjambre de recovecos furtivos: Bevilaqua y Chamorro) parecen peluches de plomo, convidados de cartón mojado a una sucesión de hechos dentro de la que se mueven con absoluta indolencia, sin que historia y elementos en ella inscritos se amalgamen con la lúcida oscuridad necesaria. La película deja de existir muy pronto (mucho antes de un tercio final y un desenlace lánguidamente afrentosos), cuando el espectador se da cuenta de que aquello vaya a superar nunca su pétrea condición de cumplimiento del deber consabido, su infructuosa concreción de mera burocracia cinematográfica, su insípida invalidez de mojo sin picón.

 

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