Rifkin Festival 1

Título original: Rifkin's Festival

Año: 2020

Duración: 92 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Woody Allen

Guion: Woody Allen

Música: Stephane Wrembel

Fotografía: Vittorio Storaro

Reparto: Wallace Shawn, Gina Gershon, Elena Anaya, Louis Garrel, Christoph Waltz, Sergi López, Richard Kind, Nathalie Poza, Douglas McGrath, Steve Guttenberg, Enrique Arce, Tammy Blanchard, Damian Chapa, Georgina Amorós, Yan Tual, Bobby Slayton, Andrea Trepat, Ben Temple, Luz Cipriota, Karina Kolokolchykova, Elena Sanz, Carmen Salta, Manu Fullola, Isabel García Lorca, Ken Appledorn, Rick Zingale, Godeliv Van den Brandt, Natalia Dicenta, Stephanie Figueira, Nick Devlin, Yuri D. Brown, John Sehil

SINOPSIS: Un matrimonio estadounidense acude al Festival de San Sebastián. La pareja queda prendada de la ciudad, así como de la belleza y encanto de España y la fantasía del mundo del cine. Ella tiene un affaire con un aclamado director de cine francés y él se enamora de una bella médico española residente en la ciudad.

NOTA: 3

COMENTARIO CRÍTICO:

No damos crédito. La deliciosa, astuta fragilidad expositiva que colmaba de brío, de picardía y de esmero DÍA DE LLUVIA EN NUEVA YORK no hacía presagiar la caótica desidia con la que está despachada la última obra de ese imprescindible fabulista cinematográfico contemporáneo que ha sido desde hace ya muchas décadas Woody Allen. Nada hay en esta en el que pueda ser reconocido, funcionando, alguno de los recursos en los que aquel no ha cesado de reincidirse. RIFKIN´S FESTIVAL no rezuma sino la insipidez de un gran chef de cocina que, en lugar de su plato estrella, se conformara con sacar a la mesa de sus ansiosos comensales las instrucciones para descongelar de un microondas.

La verdad sea dicha cuesta y aflige emplear el termino “despachada” con el sentido tan peyorativo que merece la contemplación de una madeja de deshilachados, balbuceos, pérdidas de rumbo y desidias como las aquí amontonadas por el creador de ANNIE HALL con el ton sonando hacia babor y el son hacia la grúa del puerto. No es que el film que recientemente ha inaugurado el último Festival de Cine de San Sebastián sea un naufragio, es que es un navío que no sale del muelle porque no tiene sala de máquinas.

Contagiado por la crisis personal, afectiva y creativa de la que adolece cansina y patéticamente un personaje central que funciona tan bien como una brújula dentro de un congelador y tiene menos atractivo que una maroma de esparto, RIFKIN´S FESTIVAL no hace sino abonarse a esa calamidad productiva que es, siempre, el mareo de perdiz. Algo, créannos, doloroso de certificar tratándose de un tipo que ha sido capaz de cumbres como DELITOS Y FALTAS  o MANHATTAN.

El agotador, plano estancamiento verborreico que define la actitud del protagonista (hasta el gran Wallace Shawn fenece en el intento de insuflarle algún tipo de gracejo o interés) sacude y constriñe las ya de por sí escasas posibilidades de una historia que hace aguas estancadas en cuanto al trayecto de vericuetos narrativos, al pincelado del resto de personajes y a la teórica carga reflexiva que trata de sugestionar. Todo parece estar encaminado a revelarse como un evidente homenaje personal del autor al cine que ha amado durante toda su vida cinéfila y le ha definido como creador cinematográfico de incuestionable e influenciador valía.

El protagonista, Mort Rifkin, antiguo profesor de cine, metido a novelista con novela inacabada por causa de un mortificante atasco creador irresoluble sueña con películas de cine. Buena parte del metraje (en un intento demasiado burdo de plantear un tono homenajeador al Séptimo Arte) la ocupa la escenificación, irónica y adaptada a la tesitura subjetiva de Mort, de escenas muy reconocibles, pertenecientes a clásicos de Fellini, Welles, Godard, Buñuel o Bergman.

Dentro de esta anodina otoñalidad de cartón con bótox, los únicos destellos de brillantez en los que se atisba la personalidad esperable a Allen (además de algunas réplicas al presunto amante de su esposa) se vislumbran sobre todo en las dos vindicaciones del maestro sueco, creador de EL SÉPTIMO SELLO. Los demás, insistimos, sucumben a esa tonalidad hueca, sosa, fastidiosa y, finalmente, muy decepcionante que invalida a un film que jamás debió de pasar del cajón de guiones por pulir del despacho del por siempre querido neoyorkino universal.

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