Dirección: Halina Reijn
Nota: 7
Comentario crítico:
El deseo femenino investigado como ceremonia vista para sentencia de represión y, al mismo tiempo, como válvula de escape improvisada contra ese dictamen sometedor, ancestralmente impuesto: BABYGIRL conjura la sinceridad de su devenir con la intención de fabular un entramado argumental dentro del que analizar sin intromisiones moralizantes esa espinosa disyuntiva.
Disyuntiva que tarda bien poco en ser proclamada como eje central e íntimo. Como escisión de amortiguaciones y encubrimientos. La escena de apertura nos presenta a la protagonista en pleno éxtasis orgásmico con su esposo. Concluido éste, vemos como ella corre a esconderse dentro de otra habitación del hogar a masturbarse a solas viendo una peli porno. Los gemidos insatisfechos del principio, concluidos con una mano en la boca mediante la que silenciar los que la llevan al clímax ansiado. Grito y máscara; gozo y mordaza. De modo raudo, hábil, acorralador, el espectador es hecho partícipe de la insatisfacción sexual que va a definir el comportamiento de la protagonista.
BABYGIRL se centra precisamente en el modo en el que Romy, esta alta ejecutiva de una empresa dedicada al comercio electrónico, vehiculará la inusitada oportunidad que se le va a presentar para solucionar ese explicitado descontento marital, esa desazón de lecho no recíproco, capitulado. La aparición de un becario mucho más joven que ella, que trata de ser contratado en su empresa, no tardará en constituirse en el escondite carnal dentro del que dar rienda suelta a los paliativos solventadores de ese incómodo malestar de apetitos insaciados.
Bajo la apariencia de forjarse como una especie de relectura actual de los modos de esa variante tórrida del thriller de los ochenta comandada por el INSTINTO BÁSICO de Paul Verhoeven, Halina Reijin opta por una analítica muy dramatizada, muy descriptiva, muy pormenorizada en el avance del clímax del explícito voltaje sexual sobre el que necesariamente focaliza su atención.
La trama no somete su devenir al relato de un apremio, un enigma o un delito. Sí hay apremio, sí hay turbación, pero se trata de una urgencia de vulnerabilidades de pronto llamadas a las reglas de un juego cuerpo con cuerpo, encerradamente acariciado y desconocido. Ejecutiva todopoderosa y advenedizo sagaz se entregan a una intimidad secreta de cara habitación de hotel, dentro de la cual ambos expondrán abiertamente una irreprimible apetencia: la de cumplir con el rol humillante, animal o directriz que demande cada uno de sus respectivos deseos.
En este sentido, BABYGIRL sale muy airosa de esa exploración que, claro está, se desmarca del drama erótico cosificador al uso por la solidez de Reijin, primero, en su tarea de abordar sin estridencias, sin subrayados morbosos, sin forzamientos encuadrativos, sin desvaríos delirantes, sin recatos melindres, las nada ortodoxas peripecias sexuales exigidas por la entregada decisión de los protagonistas.
Y, segundo, por la afilada severidad emocional que supura el hecho de que en ningún momento se atisbe emergencia alguna de enjuiciamiento sobre la actitud escenificada. Se humillan, se flagelan, se doblegan como perros al capricho de la correa madame de su amo los personajes. No la mirada invitada que los estudia. Que les respeta el flujo y la genuflexión.
Si BABYGIRL no vuela lo alto que debieran sus logros, es porque el guión, por un lado, no mima con la precisión que debiere la primordial verosimilitud dramática del tercer vértice del triángulo afectivo central: el esposo de Romy (un Antonio Banderas tan lubricante como una pomada antihemorroidal). Y, por otro, hace aguas justo en el momento álgido del desenlace, dando la impresión de que no sabe armonizar ni la suma de intenciones implicadoras de un honesto planteamiento feminista, ni la colisión de los vericuetos narrativos propuestos por el relato. Aún así, BABYGIRL ladra lo suficiente como para que el espectador se le arrodille un rato.