Buried

 

Título Original Buried

Año 2010

Duración 93 min.

País España

Director Rodrigo Cortés

Guión Chris Sparling

Música Victor Reyes

Fotografía Eduard Grau

Reparto Ryan Reynolds

Productora Versus Entertainment

Valoración 8.0

 

 

 

 

 

Una de las mayores injusticias que la consideración pública ha cometido con un producto cinematográfico hecho en nuestro país la padeció Concursante, el primer film del joven realizador Rodrigo Cortés. El suyo era un ejercicio impactante, rabioso, pergeñado con la volcánica inquietud de un creador resuelto, amigo de ese riesgo tan caro que es la implantación intransigente de un personalísimo discurso. Concursante resultó, debido a ello, un film de peliaguda engullición. Cortés sacaba adelante una fábula de corte hiperrealista, en la que, premonitoriamente, desarrollaba un contundente varapalo a uno de los problemas fundamentales que envenenan al hombre contemporáneo: la avaricia y la desmesura en la que hemos instalado nuestras desquiciadas –y desquiciantes- existencias.

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La historia de un tipo al que la sustanciosa recompensa de un concurso destroza la vida estaba ejecutada con una aridez emocional, una desmesura estilística y un sustrato simbólico muy poco condescendientes. Tres años más tarde, Cortés regresa para deslumbrarnos con una proeza no menos espinosa y descarnada, pero diametralmente opuesta a aquella en cuanto a contenido y, sobre todo, en cuanto a método mediante el que lograr el arrojado objetivo dispuesto. El gallego ha decidido soltar lastre de parafernalias y ceñirse a un plan de viaje tan escueto y puntual como, en principio, improbable.

Buried deviene un audaz experimento. Tiene hechuras de reto inmolativo, de apetito por el triple mortal  en el borde de un desfiladero. De operación a vida o muerte improvisada en un cementerio. El film se propone narrar la solitaria peripecia asfixiante de un enterrado en vida; un joven transportista norteamericano, que despierta a la peor de las realidades posibles: la de hallarse amordazado en el lugar que ocupan los muertos; esto es, yacido en la irrespirable horizontalidad profunda de un ataúd sepultado bajo tierra.

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La apuesta que acomete el realizador es doble: de un lado, otorgar verosimilitud a la lógica intentona de escape y salvación; por otro, hacerlo sin permitir que su cámara salga del horrible habitáculo de madera. Asistimos, pues, a la exhibición de dos desafíos: al de la tiránica ficción estimulada, que protagoniza el apremiado héroe del film, y al real, el que ha de solventar el director al proponerse tan radical demarcación espacio-temporal. Rodrigo Cortés salda ambos bretes de una forma absolutamente impecable. Buried define una lección magistral de cine puro, osado y físico.

 Así pues, el espectador asiste, absorto, expectante y conmovido, a la odisea de un apresado en la antesala horrenda de una muerte exhibida desde dentro de ese tálamo fúnebre. A la lucha desesperada por esquivar la luctuosa inminencia. Lo impresionante de la experiencia es paladear cómo el joven director va solucionando lo intempestivo de su exigentísimo punto de partida. Cortés se muestra muy hábil en todo momento para otorgar la exprimida minuciosidad, el terrorífico acercamiento, la susurrada contemplación que impone un guión rotundamente eficaz.

 Éste es pura ilación honesta y brillante. A pesar de lo atenazado de la única situación dramática, el libreto es capaz de, aprovechando al máximo los exiguos elementos que dispone la obligada austeridad definida para la puesta en escena –el ataúd, un móvil, un mechero, la tierra-, imbricar una sugerente narración de acontecimientos. Un coherente entramado de acciones que origina la angustia masticable y cercana que suda el protagonista. Así, poco a poco, calculada, doloridamente, Buried, sin mediación de trampa narrativa alguna, sin distorsionar el avance de la historia, sometiéndose siempre al dictado del parámetro lúgubre-temporal que la origina –y que le otorga su magnífica particularidad- confecciona un estimulante puzzle dramático, en el que se aúnan distintos y jugosos sustratos argumentales.

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La lucha por la supervivencia, la soledad del individuo, una certera crítica al panorama internacional post-11 de Septiembre, un ácido retrato de la burocracia político-militar y una demoledora radiografía de  la falta de escrúpulos de determinados estamentos multinacionales. Todos estos recovecos narrativos aparecen cohesionados con una pertinencia brutal, pues están imbricados por la lógica acuciante de una imperiosa necesidad vital. Espacio y tiempo dominados por una cuenta atrás que oprime y empuja a la vez. La esencia misma del terror. Con las garantías de una concentrada solvencia, como ésta que exhibe Rodrigo Cortés, Edgar Allan Poe negociaría encantado la puesta en imágenes de toda su obra. Soberbia.

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