Nowhere Boy Portada

 

 

Título original Nowhere Boy

Año 2009

Duración 98 min.

País Reunido Unido

Director Sam Taylor Wood

Guión Matt Greenhalgh

Música Alison Goldfrapp & Will Gregory

Fotografía Seamus McGarvey

Reparto Aaron Johnson, Kristin Scott Thomas, Thomas Brodie-Sangster, Sam Bell, Anne-Marie Duff, David Morrissey, Ophelia Lovibond, Josh Bolt, Jack McElhone, Calum O'Toole, Ellie Jeffreys, Les Loveday

Productora Aver Media / Ecosse Films / Film4 / Lipsync Productions / North West Vision / UK Film Council

Valoración 4

 

El biográfico suele ser un género cinematográficamente abonado al lugar común. Resulta tarea casi imposible condensar en 100 minutos de largometraje la vida de una eminencia o de un personaje histórico relevante. De ahí que la mayoría de las veces este ejercicio acabe concretándose en una mera concatenación de las puntualidades insignes, por las que ha transcurrido la biografía del sujeto sometido a análisis. Es decir, a un somero repaso por el escaparate de esa figura, a una superficial recreación de los momentos más distinguidos en los que el fulgor de la celebridad ha ido cuajando su estrella o su ocaso. Por eso, quien esto escribe, siempre ha sido partidario de que semejante intención evocativa despejara la intentona de la totalidad. Entiendo que resulta mucho más interesante acotar la parte para significar la profundidad del todo: definir sólo un periodo puntual, un suceso, una circunstancia vital y, a través de ella, dar idea de la categoría, de las contradicciones, de las luces y de las oscuridades del personaje en cuestión.

Así, por ejemplo la excelente Capote, de Bernat Miller, suponía una brillantísima indagación en la figura del imprescindible autor de A Sangre Fría, cuando, de partida, el film no pretende la exposición de toda su existencia. Su aproximación a los hechos reales que sirvieron de inspiración al escritor en la calculadísima elaboración de ese hito literario, de resultas, acababan (apoyados en la impresionante labor interpretativa del gran Philip Seymour Hoffman) dirimiendo un retrato apasionante del talento mordaz, elitista y opaco que paseaba el inigualable literato.

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Por eso, conocida la proposición argumental del film que ahora nos ocupa, no ha de extrañarnos las serias expectativas creadas en torno a él. Nowhere Boy cumple esta centrada premisa. La película de la debutante Sam Taylor Wood se atreve a merodear por la juventud de uno de los iconos mediáticos más importante del siglo XX. Por la antesala de uno de los músicos indispensables de ese periodo, un creador absoluto cuya influencia no dejará de verse alumbrada durante todos los posteriores que dure la posterioridad: me estoy refiriendo a John Lennon, el problemático chico de Liverpool que se encargó de fundar The Béattles.

La directora pretende acercarnos al ser humano, justo en los albores del personaje. Al joven John antes de ser John Lennon. Nowhere Boy intenta aproximarnos, por un lado, al comienzo de su inquietud musical y, por otro, a la incómoda biografía familiar con la que debió apechugar desde pequeño. Lennon tuvo una dificilísima infancia por causa del inestable carácter materno, por la ausencia de la figura paterna y por la decisión judicial que obligó, a la primera, a dejarlo a recaudo de su tía Mimí. La película se centra, especialmente, en la época en la que el joven intentó una reconciliación con su madre y, por lo tanto, en los problemas que le supuso tanto la oposición de su tía como el contacto con aquella. Taylor Wood se somete, por tanto, a los imperativos convulsos y discutidores del melodrama familiar. Aunque en este caso sea con buena músico al fondo.

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Sin embargo, el film estropea su loable propósito. El guión que le da soporte peca de inconsistencia, de tibieza y, sobre todo, de indefinición. Pese a partir de esa positiva acotación biográfica, la historia no se decanta jamás por apurar convenientemente ninguna de las dos líneas apuntadas en el párrafo anterior. Como rastreo por las borrascosas relaciones familiares que no cesaron jamás de definir al artista –ahí están las magníficas canciones dedicadas a la memoria de su madre-, Nowhere Boy queda reducido a fotonovela postelera, raquítica y trivial. Los vaivenes afectivos están resueltos con una falta de tacto pasmosa, que ocasiona la escasa profundidad con la que está contemplada la inestabilidad del comportamiento de la madre. Y, desde luego, como entramado investigativo de su proeza artística, como aportación al germen de su posterior genialidad compositora y musical, el film es completamente ligero, tirando a nulo, nulito, nulero. El preciosismo fotográfico y escenográfico impuesto aplasta la observación desacomplejada y tortuosa que está exclamando el personaje central.

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Descorazona constatar cómo se desperdicia la ocasión del oportuno criterio observador del ser humano que hubo una vez antes del genio La película exhibe siempre la bisoñez de su realizadora. En Nowhere Boy se exhibe constantemente la pelea insatisfactoria de dos líneas argumentales que se desarreglan la una a la otra. Es un film chirriado, con desajustes en la partitura, en la ejecución y en la megafonía. Lennon hubiera debido ser escuchado con otro coraje y con otra rabia. El interés de su contemplación se diluye como una música de fondo a la que va ignorando hasta el que la ha puesto. El de Liverpool no merecía la pulcra corrección de un relato familiar con disturbios de manual. Como periplo hacia su dolor, a quines le admiramos, nos quedará siempre “Mother”. El artista, siempre, siempre, siempre, mucho mejor que quien pretende ser su voz.

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