El Escritor Polanski Portada

 

 

 

Título original The Ghost Writer

Año 2010

Duración 128 min.

País Francia

Director Roman Polanski

Guión Robert Harris, Roman Polanski

Música Alexandre Desplat

Fotografía Pawel Edelman

Reparto Ewan McGregor, Pierce Brosnan, Olivia Williams, Kim Cattrall, Tom Wilkinson, Timothy Hutton, James Belushi, Eli Wallach, Robert Pugh

Productora Coproducción Francia-Alemania-Reino Unido-USA / RP Films / Medienboard Berlin-Brandenburg / Runteam / Studio Babelsberg / Summit International

Valoración 8.5

 

Por razones de sobra conocidas, el veterano Roman Polanski no pudo acudir a la edición de la Berlinale del año pasado a defender, frente a la prensa y al público asistente en la gran cita germana, su última obra. Sus viejos  problemas con la justicia norteamericana ,  pocas semanas antes del certamen, le había pasado factura en forma de arresto domiciliario en su residencia helvética. El asiento de director del film, por lo tanto,  se quedó vacío en la cita con los medios de comunicación. De todas formas, su cacareada ausencia física fue apabullantemente suplida con la mejor de las declaraciones que un cineasta de fuste puede exhortar. A Polanski no le hizo falta la lucidez de su bregado verbo frente a un micrófono, porque los planos de su film se bastaron por sí solos para custodiarse, para enfrentarse al juicio de quien tuvo el placer de asimilarlos. Quedaba dictaminada, de nuevo, la borde excelencia que quien los había maquinado.

EL ESCRITOR suponía la constatación de que el maestro mantenía intacta la pericia cinematográfica ya exhibida en FRENÉTICO o en LUNAS DE HIEL. Su rostro aparecía una y otra vez en la primera línea mediática; su caso era motivo de acalorados debates, habían manifiestos a favor y en contra de su particular encarcelamiento: en definitiva, le estaban lloviendo chuzos de punta radioactivos y, quizás obligado por ello,   el autor de EL PIANISTA, para esquivarlos, no había encontrado mejor refugio nuclear  que el “manos a mi obra” que ahora pasamos a comentar. EL ESCRITOR  es un soberbio ejercicio de cine artesanal, solventado con la inteligencia que dirime un saber hacer experto, humilde y disfrutador: ese que sólo está al alcance de quienes habitan en esto del cine, detrás de la cámara que todo lo ha de ver, porque les gusta manipular con el juego de sus reglas.

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EL ESCRITOR nos habla, en principio, de la siniestra cocina que hay detrás de determinadas eventualidades sobre las que se fortalecen los medios de comunicación. Sobre las maniobras en la construcción de la verdad y, por lo tanto, de la inexistencia de ésta. Un ex-primer ministro británico está preparando sus memorias. En una playa cercana a su casa, una mañana aparece un cadáver. Se trata de la persona que las estaba escribiendo: El “GhostWriter” (escritor fantasma –título original del film-: el “negro”, como decimos en nuestro idioma, ese desconocido profesional contratado para que escriba un libro, que luego firma una destacada celebridad). La editorial rápidamente busca un sustituto: un joven escritor, que ve en este encargo una importante oportunidad para dar un gran paso en su carrera. El viaje a la isla para convivir con el político y su familia, y llevar a cabo su encomienda le deparará una serie de imprevistas consecuencias: la primera de ellas, que la muerte de su predecesor en el cargo está muy lejos de ser un accidente.

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La radicalidad de la propuesta de Polanski hay que adjudicársela a la fluida sencillez con la que la acomete. El creador de REPULSIÓN, abjurando de cualquier exhibicionismo atronador, apuesta por afilar al máximo la historia y las interrelaciones de los personajes. EL ESCRITOR emplaza un eficaz trabajo a la antigua. A la firmeza relatatoria, consecutiva y tajante, propia de los films de género de los años treinta y cuarenta. Un sugestivo acorralamiento “hitchckoniano” se apodera de la narración. El clásico héroe protagónico, que se ve sobrepasado al adentrarse en una dimensión inminentemente peligrosa para su integridad. Un pronto planteamiento, un ajustado desarrollo extenuante y una resolución tan sorpresiva como coherente. Y mirándolo todo la observación de un ágil sabio de la materia con ganas de divertirse aplicándose al máximo sin que se note.

Cinematográficamente hablando, en tiempos de tanta inmundicia artificiosa con superhéroe volantinero salvador, la mera aparición de un protagonista humano, angustiado por un conflicto que le acaricia la nuez con la tiesa cordialidad de un nudo de  corbata diez veces menor del preciso,  tiene visos de ciencia ficción espectadora absoluta.  Hubo una vez en que el cine era esto, parece decirnos el polaco. Polanski, en plena era de tridimensionalidades “post-avatariles” con gafa y mareo, apuesta por el retorcimiento máximo del hilo narrativo. Para él, queda claro que la única múltiple dimensión válida es la que aportan sus apremiadas criaturas, las hoscas fisuras que éstas irán supurando y las no menos lóbregas eventualidades que la narración disfrutará en ir dispensándoles en calidad de miguita de pan directa hasta abrupto precipicio.

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Escénicamente, además, como no podía ser de otra forma, su trabajo con la cámara es de una falsa transparencia absolutamente vigorosa. El director, supeditado a extraer claroscuros sin abusar de explicitaciones, de trampas, o de abusivos alargamientos en la escena. La situación de la cámara, única aliada mediante la que imbricar esa deslizante nitidez que debe lograrse para indagar en ese cometido. La revelación de los datos fundamentales, ejecutada en el instante justo y con el tiempo contado. Además, de jugoso regalito,  la irrupción de un sentido del humor afilado y cómplice (el tratamiento de la figura del político). Sin que en absoluto sea un ejercicio rememorativo, la excelencia de EL ESCRITOR se acumula en lo gozoso que significa darse de bruces con un tipo de cine –el clásico- que, por desgracia, hoy en nuestros días está al alcance de muy pocos. Polanski desenfunda la maquiavélica arquitectura de esa sutil maquinaria sin inmutarse.

La límpida, astuta resolución de una secuencia tan precisa y compleja como la de la escapada en el ferry, de puro cinematográfica, hoy debería ser analizada en calidad de espejismo escenográfico. El autor de EL PIANISTA demuestra su innata habilidad haciendo que todo fluya con una facilidad sibilinamente obcecada en ocultar esa pericia. Como quien enciende un cigarrillo y se recrea en lo etéreo de ese arabesco frágil que cincela el humo en su elevación.

EL ESCRITOR es un intachable film de oficio, que se cierra con un plano maestro. El plano final más atractivo del año 2010. Una magistral conclusión, sólo al alcance de quienes administran con soltura el valor de la imagen más allá del encuadre. De quitar la respiración.  Sin menear la cámara de su sitio y manejando homicidamente el fuera de campo. Como si los tiempos de Tourneur, de Lang, de Siodmak o de Preminger hubieran decidido resucitar y hacerse contemporáneo celuloide. Pérfido celuloide transparente y negro.

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