Los Abrazos Rotos Portada

 

 

 

Título original Los Abrazos Rotos

Año 2009

Duración 125 min.

País España

Director Pedro Almodóvar

Guión Pedro Almodóvar

Música Alberto Iglesias

Fotografía Rodrigo Prieto

Reparto Penélope Cruz, Lluís Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez, Rubén Ochandiano, Tamar Novas, Ángela Molina, Chus Lampreave, Kiti Manver, Lola Dueñas, Mariola Fuentes, Carmen Machi, Kira Miró, Rossy de Palma, Alejo Sauras, Dani Martín, Carlos Leal, Asier Etxeandía

Productora El Deseo S.A.

Valoración 4


Hay quien se aventuró a valorarlo como un film clave en la ya dilatadísima obra de su celebrado autor.  LOS ABRAZOS ROTOS abre una voluntad de riesgo autoral, que preconiza la nueva aventura genérica –el cine de terror-, supuesta a la  inminente LA PIEL QUE ME HABITA. Sin embargo, aquella no está a la altura de VOLVER,  su ilustre anterior en el tiempo.  Ciertamente, Pedro Almodóvar nos citaba con su vertiente más inquieta y más investigadora. Es más que ostensible la intencionalidad nada acomodaticia que genera esta aventura arriesgada, poliédrica y novedosa: un neo-alumbramiento en toda regla. No obstante, el más famoso de nuestros cineastas patrios no fue capaz de amortiguar la magnitud destemplada de una propuesta, en la que son muy evidentes los compromisos de su postulación, pero glacial hasta la apatía la concreción final de su resultado en pantalla.

La película, facturada con una brillantez expresiva descomunal, estimula una compleja arquitectura de indagaciones, reconocimientos y grietas, pero carece de  maquillaje intensivo. La globalidad del producto, debiendo latir pura incandescencia, queda reducida  a lánguida imprecisión: a magnífica aparatosidad generatriz, descendida a galimatías “de luxe”.

Los_abrazos_rotos__1 

LOS ABRAZOS ROTOS nos convoca a una dolorosa ceremonia rememorativa, que prende en el recuerdo atormentado de un ser circunscrito a una grave carencia física. El protagonista del film, el elemento introyectador del relato principal sobre el que habrá de bascular el alma del laberinto memoriado, es ciego. Más aún, un ex-cineasta ciego escindido, aguardado detrás de una doble identidad: Mateo Blanco/Harry McAine, las dos caras de un hombre agredido en el alma tras un infausto accidente de coche en Lanzarote, en el que perdió al amor de su vida.

Almodóvar aglutina en la figura de este protagonista toda la complejidad de un doble buceo reflexivo, que, dada la naturaleza biográfica y fracturada que vamos a ir advirtiendo, apoya sobre la mirada oscura y lúcida que éste permite. El director/guionista principia en él una indagación que bifurca el argumento en dos líneas bien distintas: una, de carácter retrospectivamente narrativo, la que atañe al pasado evocado por Mateo/Harry, después de la inesperada visita del hijo de un antiguo productor suyo, recién fallecido; otra, de naturaleza más teórica, que propone una personalísima postulación teórica en torno a la inmortalidad del séptimo arte y al goce por perseguirla.

Los_abrazos_rotos__2

La película evidencia la grave fractura creativa que resquebrajaba la entidad embarullada de aquel fracaso titulado LA MALA EDUCACIÓN.  LOS ABRAZOS ROTOS tiene hechuras de segundo asalto, de un ahora sí… Almodóvar no ha dejado de reivindicar en multitud de declaraciones la importancia fundamental que él concede al film interpretado por Gael García Bernal y Fele Martínez. Se ha mosrado siempre dolido por la dureza crítica que le fue dispensada. No ha de extrañarnos, por tanto, que cueste tan poco adivinarle muy pronto al presente film su naturaleza dependiente, su voracidad dolida –y a la postre letal- de ajuste de cuentas. El realizador parece empeñado en el barroquismo estructural que inauguraba aquella (y, que, quizás, debido a la implacabilidad generalizada del varapalo mediático, aparcaba estimulantemente en VOLVER). Magro error del manchego el de su insistencia. A veces, enmendar es tropezar de nuevo con el mismo pedrusco. Y cuando uno se cae, lo menos que puede pasarle es que se le rompan los abrazos...

Cineasta del exceso irredento y del arrebato celtibérico profundo, hecho nobleza característica, Almodóvar cuece en ambas un desplazamiento estilístico asaz desestabilizador de su visceral y abarrotada dramaturgia. Lo que en la primera era preámbulo, aquí irradia ya –equivocada- afirmación. El autor de HABLE CON ELLA decide estimular un andamiaje diferente del que había establecido como vehículo en el que conducirse y afirmar su destreza a los atacantes mandos. Su predilección por la relectura de un simple costumbrismo relatador clásico queda aquí, en apariencia, desdeñada.  La modernidad, en este momento, queda  concebida como apología de la bifurcación y del desencuentro. La complejidad, como método informativo, dentro un relato siempre cómplice con este designio.

Los_abrazos_rotos__3

El problema de este nuevo engranaje es que no renuncia al anterior. O que el anterior no sabe postrarse al nuevo requerimiento encauzador. De ahí que asistamos a una incompatibilidad de índole casi técnica. El reciclaje se chamusca, no es capaz de resistir la chispa nueva. El orden de las intensidades funde el producto.

Reconozcámoslo, el manchego sabe usar la cámara tan bien como desea. Da lo mejor de sí tras ella, pero la accidenta por dentro. La contemplación de LOS ABRAZOS ROTOS duele, decepciona, irrita, porque no da ningún gusto ser testigo de una pericia fílmica tan absoluta, puesta al servicio de una equivocación tan garrafal, de una parafernalia tan burdamente laxa. No existe peor pago para el fulgor que la indiferencia. Y este film se condena en ella.

La película acumula vastos intereses y, además, invoca numerosas estrategias. Hagamos recuento: uno, la historia de amor central implora melodrama romántico de amor “fou”; dos, la violencia propiciada por el odio del empresario vira a aquel por el terreno del melodrama criminal; tres, la irresolución de un accidente automovilístico implica una inmersión dentro del cine negro; cuatro, la aparición de un extraño joven en el despacho del guionista hace prever un hilo argumental propio del thriller de psicópatas; las escenas que vemos del film rodado por Lena a las órdenes de Mateo, por un lado, (cinco), apelan a la comedia almodovariana de los años ochenta, y, por otro, (seis), propician un clásico juego del cine dentro del cine; y siete, la confesión final de Judith a su hijo retoma la fotonovelización tan preciada por el director.

Añádase a todo ello la ingente cantidad de requeridas citas cinematográficas ajenas (desde LA LOBA, de Wyler a TE QUERRÉ SIEMPRE, de Rosselini, pasando por EL FOTÓGRAFO DEL PÁNICO, de Powell) y propias (desde las inmediatas de LA MALA EDUCACIÓN hasta la reelaboración de MUJERES A UN ATAQUE DE NERVIOS, pasando por un desenlace anticlimático, reposado y dichoso, rememorador de la escena final en el automóvil con banda sonora de “El Dúo Dinámico” de ÁTAME). Aderécese el mambo con la implicación en la trama de varios personajes: unos, desdoblados; otros con doble vida;  y alguno más con triple tiempo (Lena recordada, Lena en celuloide ensañado, Lena restaurada). Y finalmente remátese la sandunga con una preclara declaración de amor al arte cinematográfico, en tanto que medio artístico fundamental en la memoria colectiva, y en la propia configuración personal de toda aquel que queda atrapado bajo la seducción de su influencia.

Los_abrazos_rotos__4

LOS ABRAZOS ROTOS, así queda constatado, es un film ambicioso. Sucede, no obstante, que tal ambición cae en el saco también roto de una avaricia nada más que acumulativa, jamás perfilada con la imprescindible agudeza mediante la que suturar semejante encaje de astillas. La desmesura no deviene en fertilidad, sino en fatalidad de añicos. El film tiene su esguince en la abrumante, patidifusa desorientación que lo inhabilita.

Se nota que es una película de tres momentos, de tres ideas, de tres destellos. Tres momentos memorables que no hallan intensificación ni amparo en el relleno disparatado que los merodea con intención de zancadilla: Lena doblándose a sí misma ante una pantalla muda en la que, mirando a cámara, le escupe a su protector una verdad ya imposible de callar; unas manos ciegas acariciando el rostro de la amada en la pantalla de una televisión; la gozosa reedición de la escena de un film pendiente de la mirada final y conforme de los ojos sin visión de su director.

Almodóvar está convencido de la grandeza de estos tres hallazgos, pero apisona su hipotética notabilidad con la molicie del enredo grandilocuente que cae sobre ellos. Baste como ejemplo de la barbarie el tratamiento  estupidísimo con el que ningunea al personaje que permite la existencia de los tres momentos citados:  el hijo del malvado empresario, el poseedor de la cámara indiscreta y espía; un ser desquiciado y malquerido, que, amén de con un pelucón de paje asesino, queda dibujado en la pantalla con una superficialidad plumífera y un abandono sin muletas del todo insultante.

La radiografía de estos abrazos machacados no puede ser más pesimista. Resulta imperdonable la frialdad con la que su director soluciona esta madeja tan parca de juicio, norte y comedimiento. Almodóvar va a cardar la lana de su autoría, y regresa manco de solemnidad. Escayola, mucha escayola la que va a necesitar el manchego para recuperarse de esta aburrida lesión. LOS ABRAZOS ROTOS resulta un film con consecuencias de fisioterapeuta. Esperemos que la impostura tenga masaje que alivie su dolor. Que la pretenciosidad disponga de rehabilitación, y el abarrotamiento, su tabla de ejercicios recuperadores. Volver a VOLVER sería una buena pomada. Los aditamentos que la componían eran infalibles. Entre otras cosas porque el farmacéutico que la elaboró tenía la fórmula de sus posibilidades curativas. Potinguero... a tus mejunjes.

Sin embargo, me da que LA PIEL QUE HABITO no vuelve, sino que insiste en el cabestrillo.

Publica tu comentario en Facebook

 

Lo más leído