La Dama De Hierro Cartel 1


 

Título Original The Iron Lady

Año 2011

Duración 105min.

País U.K

Director Phyllida Lloyd

Guión Abi Morgan

Música Clint Mansell, Thomas Newman

Fotografía Elliot Davis

Reparto Meryl Streep, Jim Broadbent, Anthony Head, Richard E. Grant, Roger Allam, Olivia Colman, Nicholas Farrell, Alexandra Roach, Harry Lloyd

Productora Pathe / Film4

Valoración 4

Tras la salida a la luz pública, hace unos meses, de las primeras imágenes fotográficas, quien esto escribe confiesa  que no las tenía, en absoluto, todas consigo. Pese a lo cacareado del impresionante parecido físico logrado entre actriz y personaje histórico a investigar, el bagaje de la persona situada a los mandos del proyecto era de los de ponerse a correr por la contraria, o disfrazarse de arcén y quedarse quieto a que pasara el coche sin conductor.  

Phyllida Lloyd, la directora de LA DAMA DE HIERRO es, ni más ni menos, que la creadora de una de las producciones más repelentes que el cine británico ha dado en los últimos tiempos. A ella le debemos la supina ramplonería del musical MAMMA MÍA!, el film que adaptaba a la gran pantalla el famosísimo espectáculo inspirado a partir de las canciones del grupo Abba.

La británica daba suculentas muestras de su tosca capacidad para la dirección cinematográfica. El film ni valía como comedia romántica de enredo paterno-autoral, ni como cinta que intentara una válida recuperación del  género musical: no pasó de tópico fotonovelón bronceado.  Una olvidable muestra de souvenir fotográfico-turístico,  más chusco que una postal con culo gordo blanco, rebozado de arena, con playa al fondo.

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De ahí que la noticia de que Lloyd fuera la encargada de comandar un proyecto de la envergadura del que vamos a hablar no fuera, precisamente, premonitoria de bondad alguna. Para desgracia nuestra, los presentimientos, en esta ocasión, se han convertido en acta notarial de una incompetencia anunciada. A la tercera secuencia de LA DAMA DE HIERRO, nitidísimamente,  ya comprobamos que un acercamiento a una figura histórica como Margaret Thatcher le viene grande a su nociva bisoñez realizadora.

Se le está reprochando a Lloyd lo muy condescendiente que se ha mostrado en su aproximación al controvertido perfil político del personaje. No estoy de acuerdo con semejante reproche. Y no porque éste no sea cierto, sino porque, desde la misma presentación del personaje, se nota que la mirada que va ser cernida sobre la famosa gobernante no va a ser la previsible en un film de marcado cariz historicista, político o pseudodocumental. Una cosa es el film que a algunos le hubiera gustado ver y otra bien distinta la que prefija la voluntad de su creador. Lo que le ocurre a Lloyd es que no le sale bien ni el que intenta.

Las escenas iniciales del film sirven para dejar bien a las claras que LA DAMA DE HIERRO va a ser un retrato obsesivamente humanista de una anciana que comienza a dar síntomas de una cierta degeneración psicológica. Sin duda alguna, esos primeros minutos hacen albergar ciertas esperanzas. Resulta innegable el riego y el impacto de situar el arranque de una biografía en los instantes en los que la decadencia física de la eminencia analizada comienza a hacer estragos en su autosuficiencia.

la-dama-de-hierro-pelicula-8La política, ya  retirada de la vida pública, aparece sola, deambulando por las estancias de su residencia, intentando escapar a la observación y a los comentarios de los profesionales que la cuidan y la controlan. Margaret Thatcher, anciana, hablando en voz alta e imaginando la presencia junto a ella de su esposo ya fallecido. El film irá avanzando a golpe de recuerdos, evocaciones y espejismos, todos ellos convocados por el deseo confuso y atolondrado de una mujer mayor, mermada, pero con un pasado privilegiadamente arrollador.

Sin embargo, la posibilidad de ahondar en ese punto de vista frágil, y de hacerlo interrelacionarse, bregativamente, con la contundencia virulenta de una figura histórica a todas luces espinosa, con tantos acérrimos partidarios como encendidos detractores, tarda bien poco en demostrarse inalcanzable por una gravísima deficiencia planteada, estructural y significativamente, ya en el mismo guion: la onerosa paralización contra  la que se precipita el tratamiento de la protagonista y la imposible tarea de contraponerlo al repaso de su entera biografía

Planteado el  longevo y desmejorado presente de Margaret Thatcher en su casa londinense de Chester Square, no se establece conexión alguna entre esa descripción y la necesidad de explorarse a sí misma. El film es un superficial y caótico rememoramiento por los momentos álgidos de una vida que hubiera merecido otro pulso más concentrado e inquisitivo. Un vulgar ejercicio, que cumple paso por paso las reglas del repaso somero, a vuela pluma, y frívolo a golpe de anécdota puntual y exhortativa. Se da al traste con lo que podría haber sido el estudio de la vejez de alguien que lo  ha sido, con sus luces y con sus grisuras, todo.

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Comparémosla con dos recientes muestras de cine histórico bien cercano geográficamente a éste. La mera citación de LA REINA, de Stephen Frears y de EL DISCURSO DEL REY DE, de  Tom Hooper avala la tesis del grave de error de partida aquí privilegiado y nunca corregido.

En la primera, la confrontación de la Reina Isabel II con los hechos posteriores inmediatamente acaecidos tras la muerte de Diana Spencer valía como radiografía severa, ajustada e implacable de forma de entender el comportamiento de una monarca, enfrentada a genuflexionar sus más firmes convicciones. En la segunda, el análisis de un hecho biográfico muy puntual –la tartamudez del rey Jorge VI- valía para trazar un amplísimo retrato histórico de un momento particularmente convulso de la historia del Reino Unido.

Esto es, dos clarísimos ejemplos de cómo el análisis sesudo, complejo y cercano de una parte muy precisa da como resultado una sugestiva visión de un todo superior. En LA DAMA DE HIERRO, tras apuntarse una interesante particularidad (la vejez de una mujer que ha ejercido el más grande de los poderes políticos durante un gran lapso de tiempo), desperdicia esta premisa por trufarlo con una totalidad que, evidentemente, no tarda en evidenciar lo banal del intento.

Esto es así porque los motivos que impelen a LA DAMA DE HIERRO son muy otros. El film sólo tiene un meridiano –y lastrativamente unívoco- objetivo: confeccionarse como vehículo de lucimiento para la actriz encargada de incorporar la dificilísima de tarea de prestar aliento, severidad e ímpetu a uno de los iconos mediáticos más importante de los últimos cuarenta años. Como tal, sólo cabe una sola cosa: postrarse ante la soberbia actuación de Meryl Streep.

Resulta un auténtico regalo espectador contemplar como la veterana actriz estadounidense se apropia de la importante figura: Margaret Thatcher resucita ante los ojos de quien asiste a esa rencarnación. Literalmente. La intérprete de LOS PUENTES DE MADISON COUNTY emula a su referente con una naturalidad llena de matices, precisiones y mimos.

Verla caminar dificultosamente o expresar la consciencia de las dificultades que sabe vislumbrarle al paso del tiempo, así como transformarse, una y otra vez, en la mujer arrolladoramente convencida de sí misma que siempre fue la mandataria británica termina convirtiéndose en el único atractivo de un film que, desgraciadamente, se queda muy  pequeño y muy inadecuado para su impresionante trabajo interpretativo.

La grandeza de la Streep es un torrente de verdad y de absoluto maquiavelismo actoral que desborda la cañita de refresco dispuesta por la Lloyd.  Ajado frasco de plastiquito para un perfume de tan cara y perdurable  fragancia.

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