The Reader Portada

Título Original The Reader

Año 2008

Duración 123min.

País USA

Director  Stephen Daldry

Guión David Hare (Novela: Bernhard Schlink)

Música Nico Muhly

Fotografía Chris Menges, Roger Deakins

Reparto Kate Winslet, David Kross, Ralph Fiennes, Bruno Ganz, Lena Olin, Alexandra Maria Lara, Linda Bassett, Susanne Lothar, Matthias Habich, Ludwig Blochberger, Volker Bruch, Hannah Herzsprung, Jeanette Hain, Jonas Jägermeyr

Productora Coproducción USA-Alemania

Valoración 8

En la ya inminente Berlianle 2012 vamos a tener la ocasión de asistir al estreno europeo de TAN LEJOS, TAN CERCA, la última obra de Stephen Daldry. Resulta, pues, del todo pertinente que rescatemos su formidable film precedente, EL LECTOR, película que también tuvo su primer contacto con el público en el festival germano de hace tres años.

Adaptación de la exitosa novela homónima de Bernhard Schlink, la película parte estructurada por una serie de flash-back, originados desde el recuerdo de un hombre asomado a la ventana de un hotel en Berlín. Nos situamos, pues, en el terreno de la memoria, de la evocación íntima, de la remembranza de un hecho pasado condicionador definitivo de toda una existencia.

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El protagonista se remonta retrospectivamente hasta un momento puntual de su adolescencia: regresando a casa en un día lluvioso, de súbito, se siente indispuesto y vomita en la entrada de una vieja finca del centro de la ciudad. Una mujer sale en su ayuda. Lo atiende, lo lava, y se apresta a acompañarlo hasta su hogar. Este será el punto de partida de un intenso romance que durará todo el verano posterior a ese primer encuentro.

Daldry encadena, en esta parte del metraje, las que sin duda son las escenas más hermosas de toda su trayectoria. Rozando lo sublime, asistimos a la escenificación arrebatada de un bellísimo poema lírico-erótico, en el que el realizador pone todo su esfuerzo por instalarse en ese precipicio irracional y descontrolado que es la atracción entre amantes en estado puro de búsqueda, hallazgo y locura.

La cámara de Daldry se impregna de la piel deseada de sus dos gozados protagonistas. La captación de la festividad corporal y amorosa desencadenada es perfecta. La atracción y la dependencia en la que se aprisionan porosamente desborda la humilde morada que los contempla.

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El trabajo en interiores de Daldry se alía con esa desubicación apetecible y voraz en la que se enredan. La cámara, contagiada testigo de excepción, se muestra complacida inmiscuyéndose en calidad de guardián cómplice.

Sin embargo, el posible melodrama romántico que pudiera desprenderse de esa historia de amor entre dos personas de muy dispareja edad y más disímil extracción social, desaparece en aras de un giro radicalísimo en la trama.

El hombre que desentierra su pasado da un salto en el tiempo y, situándose unos años después, durante su época universitaria, se detiene en el preciso momento en el que el destino vuelve a unir a los dos pretéritos amantes: él, en calidad de estudiante de derecho que acude a un juicio para cumplir con una actividad práctica; ella, en el de rea de ese litigio, como antigua celadora de un campo de consideración, acusada de criminal colaboracionismo con el gobierno nazi.

Daldry detiene el esencial apasionamiento escenográfico de toda la iniciática primera parte, y concede el punto de vista de su narración a la mirada incrédula, conmocionada y sacudida del joven. El realizador acierta en un primer momento al imponer ese freno consternado a su historia: quien la contempla es un ser abatido por el desvelamiento de una realidad aberrante, inimaginada por él.

EL LECTOR, entonces, se reformula argumentalmente y bifurca su narración en dos líneas reflexivas de calado bien distinto: una, de naturaleza individual; otra, histórico-colectiva. La primera se circunscribe a la devastación privativa del personaje protagonista.

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La segunda, de naturaleza mucho más ambiciosa, la que pretende abordar el tema de los juicios colectivos a toda una generación de alemanes que miró hacia otro lado, cuando se estaban cometiendo un genocidio que, en palabras de un personaje, debió de haberse solucionado con una autoinmolación colectiva: la toma de conciencia de toda una generación de hijos de aquellos padres que se hicieron los ciegos para sobrevivir.

El film no intenta jamás una expiación del complejo personaje femenino, sino que lo radiografía hasta el límite. No lima ninguna abyección, ni escatima dureza, pero tampoco lo abandona al albur de una fustigación simplista, sorpresiva e impía. Surge de ahí, de ese esclarecedor equilibrio, un afilado y demoledor perfil de Hanna: la coherencia de sus equivocaciones, la rotundidad de sus carencias, la devastación de su ignorancia, la simpleza de su sumisión al espanto.

Arrebatada, sensible, compleja y valiente EL LECTOR, quizás, decae en su último tercio, víctima de esa obvia descompensación que se produce entre la subyugante y carnal poesía exaltada de la primera parte y un último tramo, el que describe la relación entre los dos personajes ya mayores, que no logra despojarse del detenimiento intensivo que se produce a partir del juicio.

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Eso sí, quien no baja jamás la guardia de su prestación es el memorable recital interpretativo de una Kate Winslet, sencillamente inmensa. La gran dama de la interpretación femenina actual inmortalizó, sin aspavientos ni evidencias humanizantes, la complejidad fascinadora de una bestia vislumbrada desde el ángulo del afecto y desde su más oscuro reverso.

La superlativa intérprete de REVOLUTIONARY ROAD impregnó de convencimiento ingenuo, voluptuoso y perverso un personaje del que logró transmitir su bipolaridad sin apoyo gestual desdoblante alguno. Su cuerpo a cuerpo con el joven David Kross es de antología. Hacía mucho tiempo que no se contemplaba en pantalla grande semejante embeleso de arremetidas, sensibilidades y cuerpos

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