Todos Tenemos Un Plan Cartel 1

Título: Todos tenemos un plan

Año 2012

Duración 118 min.

País Argentina

Director Ana Piterbarg

Guión Ana Piterbarg

Música  Lucio Godoy, Federico Jusid

Fotografía Lucio Bonelli

Reparto Viggo Mortensen, Soledad Villamil, Daniel Fanego, Javier Godino, Sofía Gala Castiglione, Óscar Alegre, Carolina Román

Productora Coproducción Argentina-España; Tornasol Films / Haddock Films / Telefe Cine / Castafiore Films

Valoración 4

El debut en el terreno del largometraje de la directora argentina Ana Piterberg no puede más que calificarse de fallido. La joven realizadora acredita unas estimables dotes observativas tras la cámara, pero se muestra completamente incapaz de, mediante ellas, aportar a la empresa la credibilidad dramática que le birla un guión a todas luces insuficiente. Las casi siempre poderosas imágenes de TODOS TENEMOS UN PLAN no bastan para compensar las gravísimas deficiencias de un material escrito para la ocasión, que derrapa onerosamente al hacer gravitar todo el peso de la trama en un impactante hecho, cuya explicación en ningún momento está expuesta con la claridad requerida. 

La acción del film se sitúa en un marco geográfico realmente de impresión: pese a que en algunos momentos la película se traslade a la ciudad de Buenos Aires, la mayor parte del metraje los sucesos están emplazados en las pantanosas, gélidas, inhóspitas, bellas e inquietantes tierras del Delta del Tigre. 

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Sin duda alguna, lo mejor del ejercicio es la estimable labor de la directora en la tarea de hacer que las especialísimas características del enclave sean capturadas con la entidad suficiente para hacer de ellas un elemento medular significativo, condicionante, fundamental.  Piterberg logra que la humedad embarrada y espesa que imponen los caudalosos brazos acuáticos empape tanto a las imágenes que dispone como al devenir de los distintos personajes: casi todos ellos se mueven como reptiles amenazadores, tensos, agazapados, esperantes de la decisión y de los movimientos del resto.

Allí, en aquel ámbito proclive a la delincuencia y al delito por lo recóndito, incómodo y crudo del terreno, vive Pedro, un hombre que vive de vender al colmado cercano la miel que él produce en unos panales. Muy pronto advertimos que la habitualidad de Pedro dista de centrarse en su actividad de apicultor. Las compañías que frecuenta nos ponen sobre aviso de que se haya envuelto en negocios de dudosísima legalidad. De hecho, a los pocos minutos del metraje somos testigos de cómo participa en un crimen. Por otro lado, lejos de allí, en la capital vive Agustín, el hermano gemelo de Pedro. Agustín es médico y parece estar pasando una grave crisis personal. Los evidentes problemas de salud de Pedro hacen que decida acudir a ver a su hermano. Este encuentro provocará un inusitado giro en el devenir de los acontecimientos.

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El problema principal que malogra la sinuosa  potencialidad de TODOS TENEMOS UN PLAN es, precisamente, la flagrante gravedad que dirime la inclusión de un hecho tan potente como es el de un cambio de identidad: a las pantanosas aguas del delta no regresa Pedro, sino Agustín. La magnitud de esta decisión argumental acaba por torpedear inmisericordemente en la credibilidad de la historia. Por dos razones: una, por cuanto la encrucijada caótica por la que está pasando Agustín en ningún momento está explicada con nitidez; dos, por cuanto la suplantación del médico, desde el primer instante de su incursión, está minada de inverosimilitud. Resulta muy duro admitirla con naturalidad. 

La crudeza de las imágenes, el verismo afilado, criminal y atento con el que están definidas por la realizadora no casa con el posicionamiento extraño, perdido, descolocado del suplantador. En definitiva, no hay quien se crea que el médico se crea capacitado para  remplazar con naturalidad a su hermano, ni tampoco que el resto de avispados personajes se trague el improbable trueque. Los notorios esfuerzos del magnífico Viggo Mortensen no resultan suficientes para que la disyuntiva planteada adquiera rango de acontecimiento incrustado con enigmática naturalidad. El enigma no acontece, puesto que el espectador no adivina las causas que lo generan. Por lo tanto, el misterio pretendido se torna ardid rocambolesco de dudosa y renqueante consistencia. 

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El visionado de TODOS TENEMOS UN PLAN resulta una experiencia molesta, no plácida. A partir del momento en el que acontece el hecho que intenta –y no consigue- ser la tesitura central sobre la que va a bascular todo el peso de la narración, ,esta se resiente profundamente. La inquietud que genera no es noble, ni nacida de la progresiva tensión de la historia. La perturbación es postiza, fatigosa y baladí. Para sostener con pertinencia el suceso central del film hubiera sido necesaria una radiografía más precisa de las dos identidades en juego. El personaje del médico, sobre todo, está despachado en su inicio con una opacidad verdaderamente gratuita y letal. Ahí comienza a cocinarse la grave hendidura por la que se cuelan las posibilidades de un film a todas luces errado. 

Y es una lástima porque la geografía exhibida y la capacidad acreditada por la realizadora para capturarla con aquilatada prontitud debieren haber merecido una suerte no tan adversa. Como guionista, Ana Piterberg debe tener el cuidado y la cordura que demuestra su cámara.

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