Título original: The Two Faces Of January
Año: 2014
Duración: 96 min.
País: Reino Unido
Director: Hossein Amini
Guión: Hossein Amini (Novela: Patricia Highsmith)
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Marcel Zyskind
Reparto: Viggo Mortensen, Oscar Isaac, Kirsten Dunst, David Warshofsky, Daisy Bevan, Aleifer Prometheus, Yigit Özsener, Nikos Mavrakis, Socrates Alafouzos, Ozan Tas
Productora: Timnick Films / StudioCanal / Working Title Films
Nota: 4
Tras firmar guiones tan atractivos como el de la magnífica DRIVE, de Nicholas Winding Refn, Hossein Amini debuta en el terreno del largometraje nada más y nada menos que acercándose a uno de los indudables referentes del cine de intriga y suspense, la genial autora norteamericana Patricia Highsmith. Hasta ella, a lo largo de la historia del Séptimo Arte, han ido a pedir prestada turbiedad, tensión y angustia reputados dominadores del suspense como Alfred Hitchcock (EXTRAÑOS EN UN TREN) o René Clement (A PLENO SOL). Una vez vista, cabe decir que la aportación de Amini a la relación Highsmith/cine no tiene, ni de lejos, la categoría suficiente para que la equiparemos a este excelso binomio.
La historia nos traslada hasta la Atenas de la década de los años sesenta. Allí, Chester y Colette McFarland, una adinerado matrimonio norteamericano, se hallan haciendo un viaje turístico. Durante una visita al Partenón, entran en contacto con Rydal, un espabilado guía turístico que no duda en ganarse unos extras a sus emolumentos echando mano del privilegio de dominar un idioma nada fácil para cualquier extranjero. Rydal muy pronto va a sentir una irresistible atracción por Colette por lo que no duda en prestarse como acompañante de la pareja durante la estancia de aquellos en la capital helena. De pronto, la última noche de la pareja allí una inesperada visita de un detective a la habitación del matrimonio obligará a Rydal a tomar partido por la pareja y por una serie de hechos que irán revelando que aquellos no son lo que aparentaban.
La adaptación cinematográfica emprendida por Amini, muy pronto lo apercibimos, no sabe jamás desentenderse de uno de los peligros más difíciles de sortear por un director de cine a la hora de acometer un texto literario de calidad superior: el respeto máximo hacia ese original. Un respeto que, por culpa del extremo mimo con el que es entendido, deriva en esa pleitesía fatal que es el caligrafismo, esto es, la copia sin aportación, la copia sumamente veladora de la palabra escrita y, por lo tanto, sumamente culpable de la que imagen deudora carezca de la personalidad propia requerida en una obra cinematográfica.
En el caso que ahora nos ocupa la bisoñez realizadora del debutante hace que su trabajo adaptador se traduzca en una operación meramente académica, obsesionada con la pulcritud epidérmicamente estética de la puesta en escena. Diseño de producción, fotografía, vestuario, decorados, escenarios geográficos escogidos y demás elementos convocados sólo atienden a la perfección superficial de los hechos narrados. La película posee, eso sí, una calculada y milimétrica fotogenia. Pero es una fotogenia impostada, de maniquí, postaloide. De puro limpio, pulcro y planchado nos hallamos frente a una concatenación de imágenes mucho más atentas al almidón que a las costuras. Y tratándose de Patricia Highsmith, las costuras son mucho más importantes que la raya del pantalón.
Lógicamente, el sumo cuidado en la factura final del producto conlleva al descuido del elemento más importante de una película de intriga: la progresión en la angustia, en el acorralamiento de los personajes, en la tensión narrativa que van dirimiendo la asimilación de los hechos acaecidos. Amini se muestra incapaz de adentrarse en las sombras de los personajes principales, fundamentalmente en las que deberían imponer los dos personajes masculinos. Se nota como la escritora norteamericana dibuja un jugoso planteamiento freudiano paterno/filial entre ellos que la película no sabe desarrollar con el tino y la comprensión debidas por lo que el desenlace final queda reducido a mera resolución policial, cuando la “idolatración” de Rydal hacia la figura de Chester (explicitada cuando le obliga a éste a decir en un momento muy concreto que es su padre) está exigiendo una resolución íntima muy superior a la detectivesca.
En definitiva, un producto que se autoimpone la noble intención de evocar un clasicismo hoy por desgracia prácticamente desaparecido, pero que se toma muy a la ligera tan exigente empeño. El cine clásico basaba su firmeza en el trabajo de lo recóndito dentro del plano. LAS DOS CARAS DE ENERO evita en todo momento escarbar en él. Se queda en preciosamente vieja. La elegancia de cartón piedra pasa de moda nada más leemos el The End.