El Bosque Cartel

Título: El Bosc

Año 2012

Duración 98  min.

País España

Director Óscar Aibar

Guión Albert Sánchez Piñol

Música Javier Navarrete

Fotografía Mario Montero

Reparto Tom Sizemore, Àlex Brendemühl, Benjamin Nathan-Serio, Maria Molins, Josep Maria Domènech, Pere Ponce, Manel Dueso

Productora Fausto Producciones Cinematográficas / Televisió de Catalunya (TV3) / Televisión Española (TVE)

Valoración 3

El realizador catalán Òscar Aibar debutó en 2004 con la poco más que curiosa ATOLLADERO. Tras la muy fallida PLATILLOS VOLANTES (2004), hace dos años convenció notablemente con una obra que, pese al reclamo de Santiago Segura  incorporando el papel protagonista,  pasó muy injustamente desapercibida por el  público. EL GRAN VAZQUEZ (2010) venía a reivindicar una más que digna solvencia escénica mediante la que lograba configurar un sensible retrato de los  interiores creativos de  toda una época de la historia de España, abordando la biografía del  inolvidable creador gráfico Manuel Vázquez.

Por desgracia, la presente EL BOSC no confirma en modo alguno la línea ascendente que estaba delineando su trayectoria. Su cuarto largometraje es un film sonoramente fallido, que no sabe encauzar con pertinencia la exigente premisa argumental desde la que principia. Su paso por la última edición del Festival de Cine de Sitges no fue ni mucho menos destacable: la flaqueza de su disposición poco pudo hacer al ser enfrentada a la mayoría de las películas programadas en la Sección Oficial a concurso.

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 Año 1936. Las primeras noticias sobre la Guerra Civil llegan al Matarranya, pequeño enclave agrícola del Bajo Aragón  catalán. Allí vive un esforzado matrimonio  junto a su pequeña hija, trabajando los campos de olivos que posee la propiedad familiar del padre: una vieja masía  que oculta un secreto muy especial dentro de un islote de árboles, situado en la extensión de labranza que hay frente a la puerta del hogar.  El conflicto bélico impone que las milicias anarquistas se hagan con el poder de la zona y que, de resultas, hagan valer este poder de forma injustamente vengativa.  Ramón y Dora intuyen que,  tanto el hecho de ser poseedores de la tierra como la ideología antirrevolucionaria de Ramón, les van a granjear serios problemas de integridad. Él se verá obligado a tomar una inquietante, arriesgada e incierta decisión.

Como ya hemos anticipado, EL BOSC padece una evidente quiebra en su configuración. Desde la secuencia de partida, al espectador se le hace partícipe de un dato  tan novedoso como arriesgado, que anuncia que el tono dramático realista que impone el marco temporal delimitado por los hechos históricos de fondo –las consecuencias del alzamiento militar franquista en la Cataluña de esos años- puede quebrarse al introducirse un elemento que lo hace confluir con el género fantástico. Muy pronto el espectador es advertido, por lo tanto, de que el film va a intentar la mezcla de géneros como método en el que tratar de aportar un análisis novedoso a ese hecho histórico tan transitado por el cine hecho en nuestro país.

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Es ahí donde EL BOSC comienza a perderle la partida a un ilustre rival. El recuerdo de EL LABERINTO DEL FAUNO (2006), de Guillermo del Toro, se hace inevitable. Inevitable y lastrador, puesto que Aibar fracasa con estruendo en el mismo lugar en donde el cineasta mejicano fue capaz de componer una de sus obras más estimulantes y sólidas. En el film protagonizado por Sergi López y Maribel Verdú la mezcolanza de texturas narrativas estaba confluida con un celo intensivamente ambiental. Del  Toro supo yuxtaponer emocionalmente la extrarealidad ensoñativa dirimida por la joven protagonista a la dureza dramática en la que se desarrollaban los acontecimientos. Aibar no consigue semejante suma de intereses en un solo momento, pues la gradación con la que se intenta progresar la intentona es muy timorata, muy previsible y, por lo tanto, ostensivamente errada.

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EL BOSC parte de un acartonado costumbrismo descriptivo en el que la imposición de esa oculta línea paralela de realidad más parece una impostura deshilachada que un ingrediente inquietador. El personaje de Ramón, tras la huida, choca contra una flagrante inverosimilitud, pues le toca el imposible papel de hacer pasar por creíble una vicisitud que, además de extravagante, abunda en lo risible. El dramatismo de la situación histórico-social peca de grandilocuencia y de esquematismo. Los apuntes descriptivos nunca superan esa molesta pátina costumbrista y literaria que lastra las posibilidades del relato.

Unos efectos especiales reiterativos e insuficientes (el corpúsculo de luz entre los troncos), unos personajes reducidos a estampas maniqueas, unas soluciones dramáticas insulsas, previsibles y carentes de intensidad trágica y, sobre todo, una desenlace final absolutamente equivocado en el que se comete una mostración escénica ilógica, incoherente y risible, contribuyen a que la decepción global sea muy considerable.

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