Título original: Pacific Rim
Año: 2013
Duración: 131 min.
País: Estados Unidos
Director: Guillermo del Toro
Guión: Travis Beacham, Guillermo del Toro (Historia: Travis Beacham)
Música: Ramin Djawadi
Fotografía: Guillermo Navarro
Reparto: Charlie Hunnam, Idris Elba, Rinko Kikuchi, Charlie Day, Diego Klattenhoff, Burn Gorman, Max Martini, Robert Kazinsky, Clifton Collins Jr., Ron Perlman, Brad William Henke, Larry Joe Campbell, Mana Ashida, Santiago Segura, Joe Pingue
Productora: Warner Bros. Pictures / Legendary Pictures
5.8
La contemplación de una película como PACIFIC RIM provoca reacciones, consecuencias bien encontradas. El resultado del análisis varía de forma sensible si éste aborda el disfrute que supone ser espectador de su metraje en la sala o si se sustancia ateniéndose a la reflexión posterior en la que el entusiasmo reciente no tarda en ser combatido.
El último film de Guillermo del Toro depara una experiencia espectadora implacable que, no obstante, comienza a ver resquebrajada la potencialidad de sus fastos cuando la sala oscura deja de serlo y no tardan en reclamar luz la nutrida suma de rasgaduras y resquicios sobre la que articula su personalísimo itinerario.
Al autor de la saga HELLBOY, como a otros realizadores de su misma generación (véase Álex de la Iglesia), en muchas ocasiones les acaba pasando factura una marca de estilo, una obsesión creativa personal, consistente en plantear su oficio de cineasta como respuesta a una necesidad de resolver el dilema del peso de su propia satisfacción cinéfila versus la creación de una obra abrumadoramente contemporánea.
Digamos que el teorema de la santísima voracidad, que, por ejemplo, Quentin Tarantino resuelve de forma magistral una y otra vez, a otros se les atraganta a mitad del ejercicio, no todos poseen la capacidad del autor de DJANGO DESENCADENADO de evitar sucumbir a la tentación del rescate retrospectivo, impuesto como única coartada sobre la que articular un proyecto: la mirada evocativa con intención modernizante, en definitiva, no resulta asignatura en la que todos saquen sobresaliente.
PACIFIC RIM se queda en aprobado alto. El film, pese a convocar un universo no visto con anterioridad en su interesante filmografía, podría valer como paradigma de los gozos y las penumbras que vienen caracterizando la trayectoria del mejicano: la película resulta una aventura de arrollador planteamiento intencional y de notable plasmación escenográfica, pero que ve fracturada la potencialidad de su apuesta por la lesiva tolerancia con la que el material escrito se rinde ante la exuberancia y la suficiencia acreditada por el realizador en el apartado audiovisual.
Del Toro brinda un festival, una juerga, una jugosa celebración realizativa que, reflexionada, se queda en intento fallido, en oportunidad perdida, en furiosa exhibición de poderío entregada a una causa que, de haber sido urdida en su escritura con la misma profesionalidad que demuestra su plasmación en imágenes, hubiera dado como resultado una rotundidad más compleja y satisfactoria. Y no un disfrute incuestionable, al que con celeridad refuta un rápido sarpullido de costuras.
El film, como de sobra es sabido, pretende un atractivo homenaje al género de los films fantásticos japoneses en los que los protagonistas eran criaturas monstruosas que amenazaban con liquidar a la especie humana. En el país nipón, las secuelas de la bomba atómica dirimieron artísticamente una respuesta que, en el campo de la ciencia ficción, se ofuscó de forma casi lógica en la generación de obras en las que el ataque exterior, la llegada de criaturas monstruosas simbolizaban el pánico social no solucionado, posterior a los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki. El “kaiju-eiga”, películas protagonizadas por enormes monstruos radioactivos, surgió al amparo de ese delirio/miedo/trauma colectivo. La ciencia ficción cinematográfica japonesa, durante varias décadas, vivió un esplendor público inusitado. A ella evoca PACIFIC RIM.
El argumento del film no tarda en revelar sus cartas retrospectivas. Desde la primera escena, el espectador es convocado a una definitiva contienda bélico-futurista: los “kaijus”, unas criaturas llegadas desde una gran brecha abierta en el fondo del Pacífico amenazan con destruir el planeta. La respuesta militar de los humanos se fundamenta en la capacidad combativa de unos gigantescos robots, los “jaegers”, que funcionan obedeciendo neuronalmente a dos expertos soldados que se sitúan en el interior de su cabeza.
Lo mejor de PACIFIC RIM lo supone la solvencia narrativa que vuelve a esgrimir Del Toro. La opulencia, el gigantismo, la dificultad técnica del empeño logran ser adiestrados de modo profesionalísimo. El espectáculo es, en muchos momentos, magnánimo. La grandiosidad escenográfica está resuelta dejando transmitir el disfrute del cineasta a los mandos del ejercicio. La evocación del género nipón antes citado se extiende a claros referentes del cómic o de la animación televisiva. El film, en su estrato más superfluo, alcanza el espectáculo brioso, musculado, potente, forcejeador que anhela ser desde el principio.
Esto sucede de tal forma que casi se diría que la sincronía existente entre los protagonistas y su “jaeger” es la que rezuma ese virtuosismo delirante, hiperbólico, metálico con el que el mexicano se inmiscuye en el empeño. PACIFIC RIM se beneficia de ese aire adolescente que impone la excitación de un virtuoso jugador situado a los lomos o a los mandos de su caro capricho. La parafernalia combativa está solucionada admirablemente, más aún, teniendo en cuenta que en las escenas de combate Del Toro no escatima dificultades como la de que las luchas tengan lugar en el mar, de noche, en medio de estruendosas tormentas.
Ahora bien, la última obra del autor de EL LABERINTO DEL FAUNO, una vez vista, una vez el espectador se recupera del agotamiento excitante que supone la intensidad de la atención requerida, tarda bien poco en ponerse en evidencia a sí misma. El punto final convoca con celeridad las graves fisuras que va perdonando el acto de contemplarla. Como en tantas otras ocasiones, el mimo escenográfico no corre parejo al cuidado en el material escrito. PACIFIC RIM mengua sus posibilidades debido a la excesiva permisividad de un guión demasiado prolijo en descuidos, celeridades y desequilibrios.
La suma de éstos es lastimosamente fiera: los personajes principales están despachados sin matiz alguno (el padre y el hijo combatientes y el irrisorio, tosco carácter competitivo, antipático de este último), por lo que entre ellos mismos se hace hueco una evidente descompensación: no resulta proporcionada la diferencia de atención con la que es explicada la incidencia personal pasada que condiciona el comportamiento del personaje interpretado por Rinko Kikuchi con respecto a la del anodino Charlie Hunnan.
En cuanto a la aportación de la indispensable ironía postmodernizante, la descompensación atañe a la divergencia flagrante con la que quedan saldados el itinerario de los dos científicos que tratan de ayudar en el complejo militar (irritantes, exagerados, fuera de tono desde su primera aparición), si se la compara con la efectividad y el interés que aporta a la trama principal el vericueto narrativo comandado por los estraperlistas comerciantes de restos de “kaijus”.
De resultas de esta concatenación de ligerezas impropias de un film que no cesa de reclamar una cierta entidad dramática, la suma de escenas de combate acaba por agotar, por resultar un tanto reincidente y por dejar en evidencia una cierta grandilocuencia en la excesiva realización. Del Toro apenas detiene su cámara, apenas deja de sumar planos, porque evita cualquier atisbo de paciencia mostrativa, sabedor, quizás, de que no hay material que sostuviera ese detenimiento. PACIFIC RIM lucha desaforadamente por concretar un entretenimiento que logra, pero que en ningún momento osa incomodar.