Título original: Julieta
Año: 2016
Duración: 96 min.
País: España
Director: Pedro Almodóvar
Guión: Pedro Almodóvar (Relatos: Alice Munro)
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Jean-Claude Larrieu
Reparto: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Darío Grandinetti, Rossy de Palma, Michelle Jenner, Pilar Castro, Susi Sánchez, Joaquín Notario, Nathalie Poza, Mariam Bachir, Blanca Parés, Priscilla Delgado, Sara Jiménez, Tomás del Estal, Agustín Almodóvar, Bimba Bosé
Productora: El Deseo
Nota: 4.5
Almodóvar. He ahí el dilema. En sí mismo. Sólo con citar su nombre se revuelve, ínclita y genuina, la encrucijada de su esencial disposición al cruce de conflictos disyuntivos, casi bélicos, intrínsecos a su sola mención. Si hay un flagelo denominador y común a lo largo de la ya amplia trayectoria cinematográfica de este inimitable y muy irregular creador, sin duda alguna, ésa es su tajante vocación alternativa, antitética, contraria: esa abrumadora querencia por la autoafirmación despotricada y, al mismo tiempo, por el alambicado azotamiento a esa causa. Almodóvar sí y no… y sin embargo le quiero y no le quiero…
JULIETA , su último film, a tal efecto, resulta enormemente paradigmático. Si tanto LOS ABRAZOS ROTOS como LA PIEL QUE HABITO fueron films concebidos para gustar a todos los ansiosos de su altar y potenciar, así, su condición de autor autorísimo… si LOS AMANTES PASAJEROS fue maquinada para procurarse un poquito de diversión tras tanta aparatosa mampostería autoral, por fin, muy acertadamente, Almodovar ha hecho un film intentando volver a quererse como solía. A la postiza tortura laberíntica de LOS ABRAZOS ROTOS y LA PIEL QUE HABITO, al despotrique infamemente cachondo y bajuno de la deleznable LOS AMANTES PASAJEROS, para fortuna de quienes le esperamos en la anhelada estación de VOLVER, el creador de HABLE CON ELLA ha respondido con esta arriesgada ( y lamentablemente fallida) pieza de cámara para susurros como gritos y gritos como susurros.
No nos hallamos ante una de sus mejores obras, pero sí, quizás, ante una de las más autoexperimentales, por cuanto JULIETA parte de varios posicionamientos intencionales con los que el manchego intenta combatir alguna de sus más queridas veleidades artísticas. Sobrevuela durante todo el periplo dispuesto para este prolijo encadenado de bríos amortiguadores un inmoderado ímpetu reeducador. Se hace muy evidente el significativo esfuerzo por investigar, comprimiéndolos, en los propios códigos del melodrama almodovariano, de tal forma que el resultado final del producto es fruto de una serie de represiones, de mandamientos inatacables, de prohibiciones procuradoras de un ejercicio abierto a bien meditadas novedades expresivas.
Por lo tanto, a la última obra del autor de LA LEY DEL DESEO deba serle reconocida esa cura de humildad propositiva, desde la cual, sin duda, JULIETA obtiene los meritorios, aunque escasos elementos destacables que posee, puesto que , finalmente, adolece de una serie de imprevistos procurados por esa firmeza reubicante mencionada. Ese ímpetu depurador y sigiloso, tan loable y sincero, llega malogrado por el ínclito mal almodovariano: la obsesiva y contraproducente mediación de un guión abrumado de los típicos, desgastados e injustificados antojos narrativos ensamblados por el propio autor. El pastiche melodramático de Almodóvar se ha convertido en arrocito ya muy pasado de cocción.
JULIETA, cómo no, propone un ya habitual abrumador itinerario de escondrijos sentimentales en los que queda vetada la linealidad expositiva. El manchego vuelve a citarnos frente a un abismado drama sostenido en torno a una abrupta ida y venida temporal. Los acontecimientos, por lo tanto, urdidos en tanto que piezas de un puzle aturdidamente desencajado, que, poco a poco, el espectador ha de ir arrastrando hacia la cabal revelación del hondo, resquebrado curso de contratiempos.
En esta ocasión asistimos a la contemplación de una mujer que, de súbito, se ve obligada a renunciar a sus planes. Julieta ha resuelto cambiar de aires. Está decidida a iniciar una nueva etapa lejos de Madrid y con un hombre que, da la impresión, ha irrumpido no hace mucho en su vida. Sin embargo, justo en el momento en el que debe iniciar esa necesaria partida, se cruza en la calle por casualidad con una vieja conocida; la mejor amiga de su única hija, Antía, de la que hace tiempo que no tiene noticia alguna. Aquella le comenta que tuvo un encuentro no muy agradable con ésta en Italia. La noticia inesperada de la hija le llevará a tomar dos concluyentes determinaciones: una, renunciar a la partida programada y quedarse en su hogar; dos, iniciar un escrito, una carta a su hija en la que proclamarle una serie de confidencias jamás dichas, mediante las cuales, a la desesperada, sin ni siquiera saber la dirección de aquella, como tratando de convocarla a un hipotético encuentro cara a cara largamente aplazado, descerrajar el dolor de la tajante incomunicación que media entre ambas, expresando una verdad que la acucia medularmente desde que aquella decidiera desaparecer de su existencia sin dejar rastro, vetando cualquier posibilidad de reconciliación.
El film escenifica, por un lado, las vicisitudes de la Julieta escribiente y de las consecuencias posteriores a las noticias sobre su hija, y, por otro, los hechos relatados en la misiva que ésta escribe. El tiempo presente de la madre rota, y el pasado en el que se desarrollaron los hechos que la condenaron a romperse en los añicos que había decidido recomponer, marchándose, en la primera escena del film. Almodóvar, nada nuevo bajo su sabida maraña de justicias al sol, se muestra muy cómodo imponiendo el alumbramiento consabido al manejo del flash-back explicativo, aclarador.
De hecho, el elemento más destacable de su última propuesta, lo dirime la tersa fluidez lograda durante toda la narración: la prestación de esa continuada vuelta hacia atrás, la dificultad de un relato ávido de continuados saltos en el tiempo queda resuelta de modo admirable: aquel no se resiente jamás de esa dificultad, sino que, antes al contrario, acomoda con cordialidad y llaneza esa tesitura convirtiéndola en aliado medular de este desgarrador compendio de fatalidades, caracterizado, sorpresivamente, por la atenuación, por la densidad enmudecida, por la deflagración ahogada. JULIETA, a conciencia, es volcánica sin lava, borrascosa sin rayos, Almodóvar sin Pedro.
Ésta es su credencial: aspirar a la hondura de un gran melodrama, apostando para ello de forma radical (y erradamente cocinada) por un drama sin melo. Para desgracia suya, el experimento no le sale ni mucho menos redondo, sino que se queda reducido a la desnudez de sus postulados. La exigencia de la intentona jamás sabe desembarazarse de su inherente rigidez, quedando, además, muy en evidencia, insistimos, los sempiternos desarreglos de un realizador tozudo en un estilo siempre ametrallado por la misma munición de culata: las barbaries toleradas por el material escrito.
Pedro Almodóvar sigue empeñado en demolerse, en desmantelarse al no sucumbir a la tentación de ser su propio guionista, consiguiendo una y otra vez que el gran trabajo de puesta en escena que sabe pergeñar se muestre incapaz de maquillar, aliviar, solucionar tan evidente, fracturada y letalmente caprichosa papeleta. Al creador de HABLE CON ELLA le pierde una flagrante confusión: tomar al folletín por melodrama, abusando sin medida del recurso fotonovelizante, de la síntesis culebronera, de los giros de guión despechados sin causa.
En JULIETA sucede que esta consabida retahíla de males enquistados se acumulan sobre todo (excepción hecha de la hermosa secuencia del tren y el ciervo) en la parte que se dedica a la recreación de lo relatado en la carta que la protagonista escribe a su hija, esto es, mientras el personaje de Julieta lo interpreta Adriana Ugarte. Pese a los esfuerzos de la actriz, nada puede hacer por soportar con entereza episodios tan precariamente insertados como el devenir de su pareja en el barco, los que tienen que ver con sus padres en la huerta familiar, o el desarrollado en el aula del colegio. Por no hablar de insensateces tan prescindibles como el personaje de la amiga escultora del marido. De hecho, como prueba de semejante desatino, cabe constatar que el elemento más destacable de todos esos segmentos es la aparición de un personaje secundario: la casera incorporada magníficamente por Rossy de Palma, que, de modo meridiano, parece indicarle al manchego que el verdadero viraje a emprender es retornar al celtiberismo borde, arduo y prolijamente almodovariano de VOLVER, su último gran film.
Por el contrario, esa naturaleza experimental, amarrativa, voluntariamente represora deja sus mejores balbuceos cuando aparece en pantalla el personaje central ya en su madurez. Desde luego, el mejor plano del film es el que significa la transición de tiempos, mediante ese soberbio hallazgo de los rostros bajo la toalla frente al espejo. El personaje del presente está muchísimo mejor definido y posee un espacio confesor mucho más coherente que el del pasado. A ello se le une, claro está, el mejor aliado que convoca Almodóvar en esta pieza de gelidez pretendida y seguramente no aprehendida en la temperatura prevista, sino pasada de grados bajo cero: Emma Suarez rescata a JULIETA del naufragio total, regalando la agrietada contención, la disimulada borrasca expresiva, la íntima brutalidad ensordecida que el creador de TODO SOBRE MI MADRE, intentándolo, no consigue, dejando que su último film campe elegantemente, mas sin juicio, desde el riesgo hasta lo consabido, desde el fulgor a la estridencia, desde el hallazgo hasta la bagatela impropia, descerebrada, frustrante.