Título Original J. Edgar
Año 2011
Duración 136 min.
País USA
Director Clint Eastwood
Guión Dustin Lance Black
Música Clint Eastwood
Fotografía Tom Stern
Reparto Leonardo DiCaprio, Naomi Watts, Josh Lucas, Judi Dench, Armie Hammer, Ed Westwick, Dermot Mulroney, Lea Thompson, Jeffrey Donovan, Michael Gladis, Stephen Root
Productora Imagine Entertainment / Malpaso Productions / Warner Bros. Pictures
Valoración 8.5
No le hacía ninguna falta demostrarlo, pero si algo vuelve a acreditar un film de las características de J.EDGAR es la valentía de su autor. Clint Eastwood continúa conformando una de las trayectorias cinematográficas más ambiciosas del cine contemporáneo. Su último film confirma que su apetito por sacar adelante retos de muy complicada resolución mantiene la juventud de los lejanos tiempos en los que prestaba la pétrea fotogenia de su rostro a Sergio Leone.
A lo largo de toda su soberbia singladura tras la cámara, el autor de SIN PERDÓN ha mantenido un constante interés por, de forma más (GRAN TORINO, LOS PUENTES DE MADISON COUNTY) o menos velada (BANDERAS DE NUESTROS PADRES, CARTAS DESDE IWO JIMA, EL INTERCAMBIO, UN MUNDO PERFECTO) mostrarse como un nada complaciente cronista de la sociedad norteamericana.
Los personajes de Eastwood, además de la pertinente caracterización psicológica intransferible con la que pudieren estar urdidos, de una manera u otra son personajes hechos arraigar dentro de un magma ambiental reconociblemente norteamericano que, de forma inconsciente, se encargan de vapulear, mostrando muchas veces el envés menos cómodo y apacible del prototipo individual dictado por esa sociedad.
Quizás sea en la presente J. EDGAR en la que el cineasta ha hecho confluir con más fiereza su visión de la historia y su visión del ser humano, en tanto que consecuente integrador de un muy determinado devenir histórico: desde esta nada fácil acumulación de objetivos parte el retrato que el creador de SIN PERDÓN se impone efectuar de una de las figuras clave del siglo XX estadounidense.
J. EDGARD se quiere –y es- la radiografía de J. Edgard Hoover, la persona que, según muchos historiadores, ha llegado a acumular más poder en los Estados Unidos, durante los últimos cien años. Creador del F.B.I –al frente del cual estuvo durante más de cinco décadas-, fue el gran impulsor de que la ciencia forense pasara a formar parte de los recursos policiales. Su larga permanencia en el cargo hizo que tuviera que situarse al servicio de hasta ocho presidentes distintos.
Eastwood le aplica al personaje la inmisericorde guadaña de su siempre atenta escenografía. El realizador convierte al personaje histórico en objetivo casi ideal de su querencia por los claroscuros y por las grietas tras la aparente calma. La severa autoconfianza del todopoderoso Hoover se convierte en objetivo de su afilada apetencia por hurgar cadenciosamente en la seguridad de sus protagonistas.
De ahí que se le tenga la misma atención a los hechos históricos destacados como a la intrahistoria del personaje lejos de los focos mediáticos. J. EDGARD vuelve a demostrar el talento de Eastwood por que todo fluya equilibradamente y porque corran parejas las distintas confluencias que el desarrollo de los hechos va imponiendo.
Así, por ejemplo, atendemos a la escenificación de un hecho convulso tan impactante como el secuestro del hijo del aviador Charles Lindbergh, que sirve para que espectador tenga cuenta de la capacidad profesional de Hoover, como a la influencia de una madre ultraconservadora con la que convivió durante muchos años.
El film fluye reposada y afiladamente sin que la insistencia en continuados saltos temporales haga mella en su implacable tensión. Este recurso es completamente pertinente, pues se parte de la necesidad del personaje por contar la versión de su vida: el hilo conductor de la película es el Hoover anciano que decide redactar un libro con sus memorias.
Eastwood aprovecha este detalle al máximo, pues detalles como las artimañas del mandatario para indagar en la calidad personal de los distintos redactores que contrata para esa labor abundan en el carácter manipulador, obsesivo, sagaz y de aquel.
El retrato que va emergiendo del personaje es complejísimo: el guion del film expone con detallada obstinación la ambivalencia brutal de un tipo brillantísimo en el terreno profesional, pero más pérfido, calculador, delirante, malicioso, falaz, y prevenido en el personal. Eastwood no rehúye en ningún momento a esta brutal bipolaridad: da constancia casi notarial de ella.
No resulta casual el hecho de que sean muy pocas las escenas de exterior: el personaje es un ser encantado de su propia ratonera, una alimaña perspicaz, sabedora de que su supervivencia depende de la fortaleza de su madriguera. Resultan demoledoras las escenas en las que se insiste en su obsesión por las escuchas, por los informes, por la recolección de datos con los que satisfacer su artera conveniencia.
Y, finalmente, donde la radiografía termina por hacerse más virulenta es en la constatación de la fractura emocional más perniciosa que azotó al personaje: la que se evidencia cuando observamos a un tipo capaz de, desde su oscuro rincón de maniobras, ejercer influencia y control insospechados sobre el país más importante del mundo, que, sin embargo, no supo solucionar jamás el asunto internísimo de su propia represión afectiva y sexual. Aquí Eastwood derrota a Hoover sin ser lo sucio que fue él.
J. EDGAR termina por convertirse en una severa reflexión acerca de la suma de miedos sobre la que se ha asentado la propia identidad norteamericana. A tal efecto, el veredicto del film no deja lugar a dudas: las mentiras de Hoover son las mismas que han arraigado en una sociedad que ha sido estimulada a golpe de miedos frente a enemigos externos.
Hoover (portentoso Leonardo DiCaprio) queda definido como delirante valedor de este celo proteccionista, pero también como patética víctima. Eastwood vuelve a hablar de una patria asaetada de venenos y ofuscaciones.
El film no es redondo porque le sobra maquillaje –el de su ayudante y confidente adulto-, justo en el momento en el que el realizador decide acorralar a su personaje central. Una pena, porque esta gran película no es una obra maestra por ello. Hay otros que se pasan toda una vida entera tras la cámara y no son capaces de llegar a hacer una ni la mitad de buena que ésta. Que ya se conformarían con lo que el maestro desperdicia.