Título original: The Immigrant
Año: 2013
Duración: 117 min.
País: Estados Unidos
Director: James Gray
Guión: James Gray, Ric Menello
Música: Chris Spelman
Fotografía: Darius Khondji
Reparto: Marion Cotillard, Joaquin Phoenix, Jeremy Renner, Angela Sarafyan, Antoni Corone, Dylan Hartigan, Dagmara Dominczyk
Productora: Wild Bunch / The Weinstein Company / Kingsgate Films / Worldview Entertainment / Keep Your Head Productions
Nota: 8.5
No debe ser fácil plantearse un nuevo trabajo tras una obra del calado de TWO LOVERS. James Gray alcanzaba en ella la cúspide de su admirable trayectoria cinematográfica, quedando consagrado definitivamente como uno de los más exquisitos prestidigitadores que le quedan al clasicismo contemporáneo. En ella, el creador de LA NOCHE ES NUESTRA lograba armonizar con extenuante fragilidad su indesmayable invocación al cine clásico y su impecable agudeza para humedecer de agazapada modernidad esa referencia fundamental. La puesta al día que emplazaba para con el romanticismo narrativo dio como resultado una obra tan dolientemente áspera como turbiamente recóndita, oscura, arrojada, sepulcral, bella y herida.
Las primeras imágenes de EL SUEÑO DE ELLIS advierten de un visible cambio con respecto a sus films precedentes: la ambientación de los hechos es situada a principios de siglo. Nos hallamos, por lo tanto, frente a un relato muy alejado en el tiempo al de las tramas dirimidas, por ejemplo, en los dos films mentados en el párrafo anterior. Los primeros hechos visualizados, el modo de acometerlos formalmente muy pronto advertirán de que semejante novedad no es en modo alguno baladí.
Si por algo se caracteriza la obra de Gray, es por una constante y disimulada búsqueda combativa de ese modo institucional de dictaminar la narración cinematográfica que es el clasicismo. Ese traslado temporal tan acusado, ese someter su particularidad escénica a una trama enmarcada temporalmente en la segunda década del siglo XX lo que viene a significar es que la búsqueda, en esta ocasión, remonta ese objetivo (el de pelearle la transparencia al clasicismo) para reclamar los albores de éste: ni más ni menos que el cine en el momento en el que ya era consciente, primitivamente, de la potencialidad de su especificación expresiva. Seguramente, el carácter conceptualmente historiográfico que define la trayectoria de Gray, de partida, se pone en evidencia en EL SUEÑO DE ELLIS de una forma más frontal que en ninguna de las anteriores ocasiones.
Así hay que entender que tarde bien poco en reclamar un osadísimo merodeo por una de los corpus genéricos que más transitó el cine en su época primigenia: el folletín, la osamenta no depurada de esa cima genérica que es el melodrama. Año 1921, Nueva York. Hasta la emergente capital norteamericana llegan Ewa y Magda, dos hermanas polacas en barco con la pretensión de forjar una nueva vida allí con la ayuda de unos familiares que deben acudir al puerto a esperarlas. Sin embargo, en la isla de Ellis Magda es obligada a permanecer en un sanatorio en el que debe recuperarse de una tuberculosis. Ewa, ante la no aparición de sus tíos, se verá obligada a someterse al dictado de un hombre que le da cobijo, pero que le exigirá, a cambio, una serie de sacrificios personales que distan mucho de configurar la existencia imaginada lejos de su país natal.
El magistral arranque del film impone una severa acumulación de reconocibles tópicos folletinescos: heroína con sueños rotos, enfermedad, abandono, aparición de malvado, itinerario vital convertido en suplicio… Obviamente, la reivindicación de esta desgarradora estrategia narrativa no se va a convertir en el objetivo principal del autor del film. Sí lo será en cambio su pugna calmada, densa y contemporaneizante. La extraña singularidad melodramática de EL SUEÑO DE ELLIS viene trazada por la sugestiva, sinuosa y atmosférica armonía que Gray extrae de amalgamar cadenciosamente ese reclamo folletinesco con la mediación de un punto de vista protagonista sobrepasado, absorto, humillado, a la defensiva, sagaz y firme (el de el propósito de Ewa de sacar a toda costa a su hermana de la isla) y con una puesta en escena en la que actúa como definidor principal la conciencia de implicar al arte cinematográfico como elemento significador.
En un momento del film un personaje le advierte a otro de que los espectáculos de variedades tienen los días contados ante la preferencia de los espectadores por el cinematógrafo. Semejante reflexión, obviamente, no resulta una mera apreciación sino que casi podría estar considerada como una auténtica declaración de intenciones, puesto que advierte del porqué de esa reivindicación folletinesca: Gray aplica esa estrategia a una historia desarrollada en los años 20, justo en el momento en el que el cine comienza a configurar su autonomía como lenguaje artístico. De alguna forma, se establece un agudo paralelismo entre ese hecho histórico-artístico (la emergencia social del cinematógrafo y la gestación de un nuevo lenguaje visual) y la estupefacción zaherida, alerta y pertinaz que caracteriza a la protagonista de la historia.
Gray evita el riesgo del academicismo puntilloso y de la recreación preciosista aplicando tanto al guión de la historia como a la forma de concretarla en pantalla ese afán reformulador fundamentado en la mímesis de ciertos lugares del melodrama del cine mudo. Aspectos como las continuas desgracias acaecidas sobre la inocente protagonista, escenas como la del agrio enfrentamiento con el tío, como la de la primera vez que Ewa debe atender a un cliente obligada por Bruno o como las persecuciones policiales finales refuerzan esa osada finalidad, parecen estar impelidas por ese afán pionerizante.
Todo en EL SUEÑO DE ELLIS adquiere el aspecto de una acompasada ralentización, de una tenue ensoñación que viene a reforzar el punto de vista sobrepasado, atónito e incierto de la protagonista. Los apuntes sobre las bebidas alcohólicas que es obligada a tomar así como la expresa exhibición de su fuerte sentimiento religioso abundan en ese aire de consciente fragilidad intuitiva que prima en la forma elegida por Gray para encuadrar unos hechos cuya ilación acaba siendo mucho menos importante que la justificación de las consecuencias de aquellos. Fruto de esta prioridad, EL SUEÑO DE ELLIS concluye brindando una magistral media hora final, clausurada por un plano de cierre sencillamente antológico. Gray confirma que es uno de los pocos cineastas contemporáneos al que el calificativo de imprescindible resulta de obligada asignación.